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Con este título es inevitable la referencia al gran éxito musical que Amalia Mendoza, “La Tariácuri”, logró hace más o menos cincuenta años. Eran tiempos en que los artistas populares normalmente venían del pueblo y eran pueblo. Nada como ahora, en que tantos juniors y pirrurris juegan a la “artisteada” por moda, egomanía, o nomás por ver qué se siente.

Pero volviendo a la canción de referencia, más allá de la sensación de despecho que destilaba, y aún más en la versión lacrimógena de la inolvidable Tariácuri, en estos tiempos postmodernos, la amarga navidad parece enseñorearse en muchos, muchísimos hogares mexicanos, y eso con todo y que los mexicanos nos caracterizamos, dicen, por nuestro carácter festivo y capacidad para sobreponernos a la tragedia. Eso dicen.

Sólo que en este año y en esta noche, en medio de miles, tal vez millones de hogares que con buen ánimo y disposición tratan de superar la amargura de la realidad afuera, sobresale uno en especial: la casa de don Jesús Esteban y de doña María Elena. Hoy, ellos y toda su familia viven una navidad amarga muy real y muy verdadera.

Se trata de los papás de Laura Elena Zúñiga Huízar, la joven belleza que, convertida ya en picadillo, servirá de alimento para los mastines de la prensa roja y de las no menos voraces hienas de la llamada “prensa rosa”, es decir, de los espectáculos. No son pocos los que desde ahora han comenzado a arrojar sus piedras pseudomorales al condenar de inmediato el involucramiento de esta chica con una banda de narcotraficantes.

Don Jesús y doña María Elena aseguran que ellos no tenían ni idea de lo que andaba haciendo su hija pues, para empezar, creían que Laura Elena andaba con unos amigos en una posada. En este tipo de circunstancia, decir que la noticia les cayó como balde de agua fría es caer en la frase hecha y hasta el eufemismo.

Apenas hace unas cuantas semanas Laura Elena probó –muy efímeramente por cierto-, las glorias de la fama (trivial, pero fama al fin), y hoy se encuentra sujeta a una investigación que, de encontrar evidencia y pruebas suficientes, significará el truncamiento de no sólo un “futuro promisorio” (perdón por otro lugar común), sino de una vida joven que pudiendo crecer y llegar muy alto en buenos términos, está al borde de convertirse en un sujeto más en el hórrido submundo de las prisiones mexicanas. Una verdadera lástima.

Pero no anticipemos juicios. Los hechos, hasta ahora comprobados, son que Laura Elena andaba en malas compañías. Hasta dónde sabía, qué hizo y cuál es su responsabilidad es algo que aún tiene que indagarse y ser precisado. Y tendrá que hacerse responsable por sus acciones.

Dos puntos quedan en claro, al menos, por lo pronto. Uno está en la evidencia de que en Sinaloa, y muy concretamente en Culiacán, la cultura del narco no es una abstracción que se perciba distante, sino antes al contrario. No digo que todos los culiches ni mucho menos. Tengo muchos amigos, muy decentes y trabajadores, en toda aquella región. Pero la facilidad con que pueden suceder cosas como ésta algo nos dicen, y hay que entenderlo para actuar en consecuencia.

La otra es que ahora, más que nunca, los padres necesitamos estar muy cerca de nuestros hijos, especialmente cuando éstos emprenden sus particulares aventuras en busca del vellocino de oro. Fama, dinero, poder y luego belleza, forman un peligroso coctel cuando no existen escrúpulos, esos que parece que sólo a veces se necesitan.

Por lo pronto habremos de esperar para saber hasta dónde llega la investigación. Y antes que condenar insensiblemente y hacer comparaciones odiosas, como ese encabezado que pululó en los “ingeniosos” titulares de las páginas policiacas y de espectáculos sobre una segunda reina del Pacífico, consideremos a esta familia que está viviendo la más amarga navidad que hubieran podido imaginar.

Esta es casa de jabonero, y como sabemos, aquí el que no cae, resbala. Cuidemos a nuestros hijos. Sobre todo cuando parece que el mundo se rinde a sus pies. Tenemos que hacerles saber que no todo lo que brilla, es oro.

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