Monterrey.- Un día, como otros, Andrzej, su hijo y yo fuimos a la playa mediterránea de Batyam. En algunos tramos se izaban unos banderines señalando que en esa parte de la playa no se debía incursionar: era riesgoso.
Caminando más allá de lo que pudiera considerarse el balneario habitualmente visitado. No encontramos señales semejantes.
El sol caía a plomo y el calor era fornáceo. No vacilé: al agua. Nadaba, jugaba, reposaba flotando de dorso (o, como decimos, “de muertito”). De repente advertí que estaba a una distancia de la playa de la que no creía haberme alejado tanto. Los contornos de la ciudad apenas lograba visualizarlos.
Empecé a nadar para volver a una distancia menos escandalosa. No lograba avanzar; al contrario. Empecé a inquietarme. Silenciosa, reptante, la corriente me arrastraba mar adentro. La inquietud se volvió pánico. Pero antes de que la desesperanza me arrebatara, una idea luminosa se posó en mi cerebro: recordé la figura de Chanoc, un personaje de la narrativa ilustrada de México (una suerte de Tarzán costeño) que solía atravesar la corriente embravecida de los ríos, no a lo ancho, de manera frontal, sino de manera sesgada.
Empecé a nadar así, y veía que avanzaba, aunque muy poco a poco. Ánimo y adrenalina dialogaban. Mis fuerzas, no obstante, empezaban a agotarse. Conseguí finalmente, con grandes esfuerzos, llegar hasta la playa. En sus arenas mi cuerpo no pudo más y se derrumbó. Estaba extenuado. Andrzej y su hijo veían de regreso y pude pedirles auxilio. El sol ya me escocía.
Las imágenes de esos momentos en la costa israelí los asocio a mi tiempo personal y al espacio en que me muevo desde hace algunos años. Este tempo, tras una isquemia que obturó una arteria cerebral se ha acentuado. Todo pareciera quedarme cada vez más lejos.
Los jóvenes (sanos, por supuesto) no entenderían esto; sí quienes son tratados compasivamente –el término se ha extendido en nuestros días– como miembros de la tercera edad. Matiz que no recuerdo haber leído en Viaje a la semilla de Alejo Carpentier. El paso de la senilidad a la primera niñez pareciera ser lineal; no lo es. Pero tampoco es para amilanarse.
Evoco asimismo a Chanoc e invento formas sesgadas para alcanzar lo que requiero, así ello me tome más tiempo.