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DESPEDIDA

Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,

pedir los abrigos y marcharnos,

aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo

y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;

se quedarán los demás, que cada vez son otros

y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,

también el hueco de nuestra imaginación se queda

para que entre todos se encarguen de llenarlo,

y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,

como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo

y luego, sin rencor, deja de estarlo.

¿Se imaginan el esplendor del cielo de los tigres,

allí donde gacelas saltan con las grupas carnosas

esperando la zarpa que cae una vez y otra y otra,

eternamente? Así es el cielo al que aspiro. Un cielo

con mis fauces y mis garras. O el cielo de las garzas

en el que el tiempo se mueve tan despacio

que el agua tiene tiempo de bañarse y retozar en el agua.

O el cielo carnal de las begonias en el que nunca se apagan

las luces iridiscentes por secretear con sus mejillas

de arrebolados maquillajes. El cielo cruel de los pastos,

esperanzador y eterno como la existencia de los dioses.

O el cielo multifacético del vino que está siempre soñando

que gargantas de núbiles doncellas se atragantan y se ríen.

Lo que queda no hubo manera de enmendarlo

por más matemáticas que le fuimos echando sin reposo,

ya estaba medio mal desde el principio de las eras

y nadie ha tenido la holgura necesaria para sentarse

a deshacer el apasionante intríngulis de la creación,

de modo que se queda como estaba, con sus millones,

billones, trillones de galaxias incomprensibles a la mano,

esperando a que alguien tenga tiempo para ver los planos

y completo el panorama lo descifre y se pueda resolver.

Nos vamos. Hago una caravana a las personas

que estoy echando ya tanto de menos, y digo adiós.



***** ****** ******


PETRUS

Petrus Aura,

el más remoto de mis antepasados

de que tengo noticia,

fue quemado al pie del castillo de Montsegur,

por hereje,

en el lugar que desde entonces se llama

Val de Chemé.

Con ello perdió la tierra,

los frutales,

el solar,

la mujer (también quemada),

y seguramente libros, manuscritos, actas,

y el cuerpo provenzal, la vida entera.

Pero Petrus,

el más remoto de mis antepasados,

con sus hechos,

ganó su nombre.

****** ****** *****


CASA DEMOLIDA

Del viejo señorío sólo quedan estos viejos escombros que veo

y que celebro.

Aquí habrá estado la sala donde se recibía

(alguien aparecía con el servicio del té),

se hablaba en esta sala, de seguro, de los caminos del tiempo;

alguna mano rozó alguna mejilla,

alguna mirada rozó el lindero del silencio

y se concertaron almas con encanto.

Se habrán tratado también asuntos de negocios,

herencias, ires y venires de otras propiedades,

cuestiones entre caballeros,

damas en juego…

Me acuerdo de las plantas que escurrían por las ventanas

y de las que subían y bajaban por la fachada,

las trepadoras y las buganvilias.

Yo por aquí pasaba:

las rodillas raspadas, el cabello corto,

el miedo a los fantasmas,

el amor al diablo y el temor a Dios.

No se veía la gente de esta casa.En esa parte llena de escombros

pudo haber estado el comedor

con una mesa de roble al centro,

y a la pared, una vitrina grande con las cristalerías;

quizás la familia tenía escudo de armas

que presidiera las horas de los sagrados alimentos.

En aquella otra parte, una escalera

(la ascención, la ascención, mis soledades)

que habrá llevado a donde esos pedazos de muro tapizado

lucían en su sitio, cobijando;

alguna vez abrieron la ventana

y vi ese tapiz en la pared de la recámara

y un gran espejo ovado;

allí se cumplirían amores,

conciertos de soledades espejeadas,

rompimientos y ayuntamientos de almas.

En esta y otras recámaras de la casa

habrán nacido, crecido, amado y muerto

dos o tres generaciones.

Yo recogía las buganvilias para el té.

Era muy antigua mi infancia.La casa está demolida;

en unos días más

se llevarán todo el cascajo,

las armazones de las ventanas,

el bidet roto,

las tuberías semipodridas

que se arrojan como periscopios a la luz.


Alejandro Aura

Alejandro Aura (ciudad de México, 2 de marzo de 1944 - Madrid, España, 30 de julio de 2008) fue un ensayista, poeta y dramaturgo mexicano, además de promotor cultural. Junto con su labor como hombre de letras, destacó su paso por el Instituto de Cultura del Gobierno del Distrito Federal (hoy Secretaría de Cultura), en donde promovió el uso de espacios públicos para celebraciones culturales y fundó un millar de grupos de lectura (los libro-clubs). Como empresario, creó el teatro-bar El hijo del cuervo, ubicado en la zona de Coyoacán, al sur de la capital mexicana.

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