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2172 23 Agosto 2016

 

 

La muerte de Ignacio Padilla
Eloy Garza González

 

Monterrey.- A Ignacio Padilla le hubiera gustado que le escribiera no un obituario sino un ensayo puramente literario. Así lo hago en respeto a su memoria. Lo conocí en la presentación en Guadalajara de una de sus novelas: “La Gruta del Toscano”. Me invitó a su casa. Conviví con su familia. Teníamos la misma edad y gustos literarios muy similares.

Azuzado para comparar a Shakespeare con Cervantes, en este año conmemorativo de ambos escritores, desplegó en un libro y varias conferencias una tesis interesante sobre estos genios de la literatura universal.

Padilla estaba en plenitud de su talento creativo. Sin duda, era el más versátil de la llamada “Generación del Crack”. Mejor narrador que Eloy Urroz y más dotado para el ensayo literario que Jorge Volpi, Nacho Padilla estaba a punto de pergeñar sus obras más sólidas y maduras, cuando lo sorprendió la muerte hace unos días, en la carretera México-Querétaro. Su obra completa quedó interrumpida, como mera posibilidad.

Decía Nacho que al Quijote, el romanticismo lo cubrió con un manto de idealismo vencedor, que malamente perdura hasta nuestro siglo, cuando en realidad Cervantes lo imaginó como modelo de derrota: Alonso Quijano muere cuerdo o loco, pero vencido.

Es comprensible esta tesis del Quijote porque Cervantes, su creador, era un cínico utópico, a diferencia de su contemporáneo Shakespeare, que era un nihilista: no creía en el Estado, ni en los corrillos de palacio ni en la turbamulta plebeya. Más que creencias, prodigaba realismo. Por eso los malvados del bardo inglés, Macbeth o Yago, son genuinos y los del español son artificiales: como si Cervantes les perdonase a fin de cuentas sus faltas y perversiones.

En el fondo, con todo y la cercanía sentimental con Cervantes, Padilla simpatizaba literariamente con Shakespeare. La imaginación de Padilla se nutrió de las obras fantástica del “Cisne de Avon”  para urdir una buena parte de sus libros de cuentos.

Y es que Ignacio Padilla fue principalmente un cuentista de fuste. En son de broma, se denominaba a sí mismo físico cuéntico. Más en su narrativa breve que en sus novelas, Padilla supo poner al día los sueños de una noche de verano.

Escribió un libro sobre la creencia actual en el animismo: las cosas y los animales tienen alma. Le aclaré (porque no encontré esa advertencia en su libro) que el animismo no es moda reciente; era una de las referencias principales del modernismo: Rubén Darío suponía, como Pitágoras, que las cosas están animadas, los astros cantan una música matemática. Todo se corresponde en el universo.

La  música del verbo de Padilla se ha vuelto sideral: se integró al universo paralelo de lo inmaterial. A la larga, aunque admiremos el realismo escéptico de Shakespeare, nuestra herencia latina nos induce a creer en la utopía de Cervantes. Solo así la absurda muerte de Padilla tendrá sentido, y cuerdo o loco, habrá muerto vencedor, condición que le garantiza la inmortalidad como uno de los grandes escritores mexicanos.


 

 

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