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2288 1 Febrero 2017

 

 

Después del desierto
Eligio Coronado

 

Monterrey.- Los Dorados de Villa reaparecen fantasmales («Un viejo campo de batalla»), un compadre descubre su lado gay («Lateral izquierdo»), una chica vive con un hombre en su interior («Cuerpo habitado»), una teibolera paga para hacerle creer a su amnésico marido que él sigue siendo policía («Este juego perverso»), Hemingway se suicida («Muerte natural»), un hombre toma el lugar de un descuartizador de la delincuencia organizada («Nueve hieleras»), una indigente leprosa medra entre los devotos del Vaticano («Vaticano mafia»), el retrato de una novia y sus amigas revela más de lo que las apariencias muestran («La novia y sus amigas»), un viejo periodista pierde la oportunidad de consagrarse al no cubrir la muerte de Colosio («Cita con la historia»), un hombre descubre que su antiguo amigo de juergas ya se ha regenerado («No le voy a hacer la majadería»), un indígena alucina una laguna en una construcción («Alucinaciones para indios»), una mujer se sueña como un hombre obsesionado con otra mujer («Liliana») y un hombre revive la desgastante odisea diaria de viajar en el metro («Cualsea»), entre otros temas, nos presenta la antología Después del desierto*, compilada por Alejandro Vázquez Ortiz (Monterrey, N. L., 1984) y Carlos Lejaim Gómez (Monterrey, N.L., 1986).

Se trata del nuevo cuento regiomontano, representado por dieciséis creadores como Norma Yamille Cuéllar, Carlos Calles, Vanessa Garza, Luis Aguilar, Ximena Peredo, Ramón López Castro, Paulino Ordóñez, Luis Panini, Isaac Cisneros, Daniel Salinas Basave, Luis Felipe Lomelí, et al.
¿Cómo es este nuevo cuento regio? En términos generales, su trazo es directo y preciso, rayando en lo minucioso, con un lenguaje coloquial y a veces crudo. El estilo es claro, sin adornos. Aquí se privilegia la historia y se lleva a buen puerto. Los protagonistas son creíbles y los temas de actualidad (sexo, violencia, muerte, tráfico de drogas, etcétera). En algunos de ellos la sorpresa nos sacude.

Hay un oficio que sostiene todo el andamiaje verbal, oficio que ha sido ya galardonado debidamente: “Es como si el suelo se hubiera desvanecido a tus pies. Como si un animal hurgara en tus entrañas. Ves las caras borradas de la gente como en un sueño que te va dejando atrás. Te tocas las nalgas. Tu cartera no está” (Alejandro Vázquez Ortiz, p. 240), “Al entrar ahí se acaban todas las palabras y los ojos bailan del cielorraso a la cómoda, al peinador, a la puerta del baño, al foco, a la pantalla, antigua catedral ahora ermita olvidada. Y sé que no duerme, yo tampoco lo hago. Pero no llora, yo sí” (José Luis Valdez, p. 141), “Estoy de vuelta sentado donde estaba con una Tecate que escondo entre mis piernas. Quisiera actuar como si cualquier cosa, como si de veras fuera tan cabrón para burlar a los policías, como si en realidad me valiera madres” (Luis Felipe Lomelí, p. 94), “A mí me habita un hombre de ojos de cuervo y dientes afilados. (…) Empieza como una oleada suave, me toca las rodillas y poco a poco abre mis piernas. A veces ese cuerpo se me encaja con sus vellos que me provocan erupciones en la piel” (Vanessa Garza Marín, p. 117), “Una mujer joven maneja por las calles de un perfectamente maldito pueblo texano donde la diversión popular es ver futbol americano en cantinas y jugar billar entre alcohol y pretzels. O entre anuncios fosforescentes de cerveza, bailar country junto a la bola de autómatas” (Norma Yamille Cuéllar, p. 103). 

* Alejandro Vázquez Ortiz y Carlos Lejaim Gómez, comp. Después del desierto. Antología del nuevo cuento regiomontano. Monterrey, N.L.: Edit. UANL / Edit. An.alfa.beta, 2016. 240 pp.  (Colec. Alfa.)

 

 

 

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