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La escuela seca el cerebro

"We don´t need any education"

Pink Floyd

Ricardo Martínez Espinosa

El primer lunes de agosto, junto con todos los problemas de tráfico que tendremos que sufrir los que ya nos habíamos acostumbrado a la tranquilidad de julio, especialmente a la ausencia de tránsitos caninos que se habían ido a descansar este verano, también vendrán nuevas reflexiones sobre la educación en nuestro país. La razón es el inicio de clases junto con todas sus excentricidades. Aquí les va la primera de la temporada.

Si algo extraño de mi pasado es la emoción del primer año de cada uno de los niveles que atendí. Poco a poco, y conforme fui pasando de primaria a secundaria, a preparatoria, a universidad y maestría, me percaté que todos esos sentimientos se volverían nuevamente decepciones. Abrir un libro sólo para descubrir que dice lo mismo que el anterior; escuchar a un profesor sólo para descifrar en sus lecciones sus más oscuros prejuicios que nos intenta contagiar; voltear a tu derecha y encontrar a un neófito que se coló ahí sólo porque su papá es un distinguido político de alcurnia; cerrar los ojos y contener el llanto o la risa, qué más nos queda. Luego preguntan por qué hay tantos drogadictos en los pasillos que supuestamente están para enseñarnos cosas buenas, si la única manera de aprender ahí es encendiendo un gallo entre clases para así entender las incoherencias de la profesora en turno.

Dicen los señores de largas togas que el problema tiene que ver con la crisis de las instituciones que durante la modernidad fueron funcionales, pero que hoy han dejado de serlo. Una de ellas es, nuevamente parafraseándolos, la escuela. El espacio que fue pensado para controlar las mentes de quienes llenos de energía comenzaban a hacer preguntas incómodas tuvo su razón de ser. Hoy los niños en cambio van a la escuela sólo a engañar a sus profesores y a sus padres ¿Qué más puede uno pensar cuando hoy todo lo que uno sabe se puede conseguir sólo con encender la computadora? Hasta ellos saben que la escuela ya no sirve para nada, con todo y su inocencia que cargan a cuestas. Todo lo demás es cumplir con formalismos que ya a nadie le importan más que por el papelito que al final nos darán. O a ver, pensemos juntos cuándo fue lo último interesante que usted aprendió en un salón de clases ¿Verdad que no es tan fácil decirlo? Inténtelo un rato, no me responda a mí sino a usted. La realidad es que los niños han descubierto que la escuela sólo sirve para llevar dieces a su casa y cambiarlos luego por el videojuego de moda, a los que bien les va. A los que no, han descubierto en esos espacios un lugar para descubrir y explotar todos los defectos que ven a su alrededor. Prejuicios clasistas y racismos aprendidos en esas excelentes comidas familiares; burlas interminables; cascaritas de futbol; el descubrimiento del sexo opuesto ya sea a través de miradas furtivas debajo de las faldas de las compañeras o a los más experimentados que han encontrado su nido de amor en los cuartos donde se guardan los trapeadores. Y los que menos se aburren son los que le encuentran un sentido a estar repitiendo tablas de multiplicar y frases de memoria que luego serán preguntadas textualmente en el siguiente examen (y yo sigo sin entender por qué los pericos son los que se atreven a expresarse en lugar de estar repitiendo parsimoniosamente lo que la maestra dice),

a abrir los libros de texto y creerse los cuentos idiotas que ahí nos quieren hacer creer.

La escuela, amable lector, tuvo una función que ya no puede tener. La información hoy día fluye en todas direcciones y en todas intensidades. Si uno verdaderamente tiene el deseo de aprender debe abrir libros, hablar con viejos, encender la red y buscar por uno mismo. En cambio, si uno tiene ganas de perder su tiempo durante los próximos dieciocho años, hágalo en la escuela, qué mejor lugar. Será como ir a misa a escuchar los mismos salmos cada domingo hasta que el cerebro se le seque por tanto decir “amén” (amén al padrecito, amén al profesor, qué diferencia). Frases huecas y sin sentido pronunciadas por maestros controlados por sus sindicatos. El niño hoy no le aprende a la escuela ni siquiera cómo decir su nombre.

Hágale un favor a su hijo y a la humanidad. Deje de llevarlo a la escuela y mejor dedíquele tres horas diarias a platicar con él. Aprenderá mucho más, se lo puedo asegurar. Ahora que si ni eso le puede dedicar, pues llévelo allá donde a final de cuentas se la pasará bien; nadie puede negar que las mejores aventuras trascurren entre clases.