LA QUINCENA 53 MARZO 2008
El hecho, en sí escandaloso, apenas mereció una difusión marginal en los medios locales de mayor capacidad. Los dueños de la Universidad de Monterrey decidieron cancelar, a última hora, una entrevista al obispo de Saltillo, Raúl Vera, en el programa Acero 4 que conducían los periodistas Luis Lauro Garza y Rogelio Ojeda, director y diseñador de La Quincena. La orden fue dada sin la menor explicación. Luis Lauro y Rogelio renunciaron al programa en una actitud congruente con la defensa a la libertad de expresión y a la dignidad inherente al oficio periodístico. No era la primera vez que en esa universidad se imponían la intolerancia y un espíritu antiuniversitario de los que ha hablado puntualmente la columnista de El Norte, Rosaura Barahona. Los dueños de la Udem y quienes los acompañan en sus decisiones desde su consejo de administración son católicos y en más de una ocasión, sobre todo en la etapa de ascenso del partido Acción Nacional, exigieron la vigencia y el respeto a la democracia en la vida pública del país. En una publicación identificada con una de las corrientes católicas más abiertas, leía yo un artículo del padre Francisco Gómez Hinojosa (desde entonces ha corrido mucha agua bajo los puentes) donde afirmaba que la Iglesia católica es democrática. A mí me parece lo opuesto y también que de su realidad íntima e histórica se desprenden conductas despóticas en un amplio abanico de matices. La jerarquía católica llama a su Iglesia Mater et Magistra (madre y maestra). Sus enseñanzas pueden tener que ver con cualquier cosa, menos con la democracia. A los católicos su Iglesia no les enseña con el ejemplo a ser democráticos (sólo el ejemplo educa, ha dicho el compositor austriaco Gustav Mahler). En sus claustros, templos, foros y discurso dominante, la democracia se hace notar por su ausencia. Esto explica, en gran medida, que los católicos, sobre todo aquellos que ostentan un poder económico o político, o ambos, se muestren proclives al autoritarismo. Vayamos al origen. Iglesia, del griego ecclesia, quiere decir asamblea. Una asamblea, para que lo sea, tiene y mantiene un principio fundamental: el de la igualdad. A todos los que en ella participan se les reconoce el mismo derecho a expresarse libremente y a concurrir de la misma manera en las decisiones, ya sea por mayoría ya sea por consenso. En la Iglesia católica existen asambleas institucionales strictu sensu: el colegio cardenalicio, el sínodo de los obispos y otras de menor entidad dentro de la burocracia católica; fuera de ella puede mencionarse el Pontificio Consejo para los Laicos. Por cierto, el movimiento y las organizaciones de los laicos, que cobraron una considerable importancia durante el pontificado del Papa Juan XXIII, fue decayendo con el del Papa Juan Pablo II. Y sólo movimientos importantes por su significado, que no por su influencia, como Somos Iglesia, reivindican el papel de la asamblea religiosa. Leamos: “Aunque sea necesario en el pueblo el servicio del ministerio jerárquico, la Iglesia se constituye sobre la base de la igualdad fundamental (subrayados míos). Por esta igualdad entre todos los miembros del cuerpo, los laicos debemos, como dice el Papa Pío XII, y podemos tener conciencia de ser la Iglesia. Si los laicos somos la Iglesia, vale también la afirmación recíproca: la Iglesia es laical.”… Por esto se puede resumir, desde la doctrina del Concilio Vaticano II, expresada en la Constitución sobre la Iglesia, "que la Iglesia única, de ministros y laicos, es enteramente una Iglesia de los laicos. La Iglesia de los laicos, por tanto, no solo es posible como un nuevo modo de ser Iglesia, sino, en la concepción eclesial que enseña el concilio, ya es una realidad”. Estas ideas, escritas por el teólogo alemán Stefan Silber, forman parte de los afluentes que constituyen la corriente católica que se ha definido por los pobres; mas no son las que dominan en el grueso de la Iglesia. A los católicos les ocurre lo que a los ciudadanos en países con una breve o frágil tradición democrática: creen, porque así se los han enseñado, que la esencia de la soberanía y del mando reside en el Presidente y demás funcionarios o bien que lo fundamental de la Iglesia encarna en el Papa y toda la burocracia que de él depende. En lo que menos están interesadas ambas burocracias es en que se democratice la vida de la asamblea, que es la única que puede hacer posible la verdadera representación y la prelación del pueblo laico o el pueblo de Dios, como le llaman los católicos a la feligresía. Feligresía que padece de una decisión machista y antidemocrática como es la de prohibir a las mujeres (la mitad por lo menos de los millones que integran la Iglesia católica) ejercer prelaturas en la jerarquía eclesiástica. En el mundo atrasado en que vivimos, la Iglesia católica representa la estructura medieval del poder que tuvo su expresión más pulida en la monarquía absoluta, institución anacrónica que cuaja varios siglos después de concluido el medioevo. Las referencias eclesiales de Roma son inequívocas: príncipes, Rey de Reyes, Cristo Rey, trono, etcétera. Su pensamiento y organización jerárquicos traducen un vejestorio ajeno a cualquier modernidad. Es esa praxis la que prevalece en el pensamiento de los dicasterios (organismos) y corporaciones paralelas de esa Iglesia. Por ejemplo en los Legionarios de Cristo y el Opus Dei. Leamos: “La Iglesia no puede pretender hacerse creíble o aceptable para los hombres a base de dejar de ser lo que es, aunque hubiese una opinión mayoritaria que lo reclamara: como Cristo, será siempre al no de contradicción, necedad para algunos y escándalo para otros, fiel a la voluntad divina expresada por la Revelación, conservada en su fe y en su vida de modo continuo y homogéneo, por veinte siglos, con la asistencia del Espíritu Santo.” El problema para la sociedad es que ese pensamiento no permanece dentro de la Iglesia católica, sino que irradia hacia el exterior y condiciona la vida cotidiana de familias, grupos civiles, sindicales, empresariales, cuerpos de ejército, gobiernos, instituciones escolares. La cancelación de la revista al obispo Raúl Vera y, más recientemente, la desaparición de la columna A Bocajarro de Sanjuana Martínez de las páginas del diario Milenio, están impregnadas del despotismo que se reproduce, ante todo, en las sociedades anónimas donde la figura del socio poseedor de la mayoría accionaria actúa como los jerarcas de los partidos totalitarios o de la Iglesia católica.
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