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Día de niñ@s

Lídice Ramos

lidiceUn dicho popular nos dice: dame los primeros siete años de vida de un ser humano y te diré cómo será la mujer o el hombre de mañana. Sin duda con gran sabiduría, estos decires, nos permiten ubicarnos en el debate de alternativas y prácticas que los cambios sociales, centrados en las personas de nuestro tiempo, requieren.
Porque, ¿qué clase de país podemos ser, si no cultivamos a sus ciudadanas y ciudadanos del porvenir?
A lo largo del siglo XX mexicano, podemos observar que desde el establecimiento de la Secretaría de Educación Pública (SEP), se muestra una preocupación oficial por la niñez. Incluso, hay quien asegura, que es desde 1924 que se establece el 30 de abril como “Día del Niño”, con la jefatura de José Vasconcelos. Estos datos coinciden con la declaración de Ginebra sobre Protección a la Infancia de igual fecha.
Para las épocas de los gobiernos revolucionarios, como ha dado en identificarse a los ejercidos desde los años veinte hasta los años setenta del siglo veinte de nuestra historia nacional, las y los niños que tuvimos la suerte de nacer en México y acudir a la escuela pública producto de esos esfuerzos nacionalistas, se nos educó, como en mi caso, al estilo de la escuela Simón de la Garza Melo, anexa a la Normal Básica.
Tenía nuestra escuela, un edificio y patios que ocupaban toda la cuadra. El lado de niñas, tenía la entrada por la calle Tapia. Todo en ella era limpieza, orden, disciplina, habías de caminar con compostura, nunca correr, hacer fila para entrar a los salones, y sólo usar las escaleras de los lados, cuando ibas con las personas mayores, o ya eras de sexto grado. La escalera central del edificio sólo era para los y las normalistas. La mayoría de las maestras, todas mujeres, tenían conciencia de que formaban Patria, al enseñarnos a respetar a los mayores de edad, a los símbolos patrios, a mantener el orden y, sobre todo, a hacer siempre tus trabajos con calidad y ser líderes en lectura, escritura o cualquier concurso escolar al que aplicaras. Sin lugar a dudas, esa niña sigue dentro de mí ahora que soy adulta. Con ciertas flexibilidades, pero con el mismo espíritu de trabajo y entrega, ahora internacionalista, no sólo nacionalista, defendiendo las causas populares.
El espíritu de derechos de las y los niños que ha llegado a nuestros días, desde entonces, es el mismo: protección, seguridad y aliento a las nuevas generaciones con la esperanza de que construyan mundos mejores, sin embargo, las circunstancias históricas obligan a recordarlo, a lo largo del siglo XX, porque las y los adultos nos encerramos en temas ajenos a la niñez.
La Organización de Estados Americanos (OEA) y la UNICEF, se vieron en la necesidad de promulgar una Declaración de Principios Universales del Niño, el 12 de abril de 1952, a consecuencia de las enormes desigualdades y maltrato que sufrían los infantes del mundo, recién terminada la Segunda Guerra Mundial.
Momentos posteriores, la ONU discute en 1954 los Derechos de los Niños y aprueba el 20 de noviembre de 1959, en asamblea general, la universalidad de dichos derechos, dejando a cada estado miembro la selección de la fecha que más les convenga, para divulgarlo. Los compromisos se ven reflejados en muchos de los estados miembros, dentro de las políticas de bienestar de los mismos en las áreas de educación y salud.
Ante los embates de la globalización y el cambio de enfoque a las políticas del desarrollo de las naciones, en 1990, la Primera Cumbre de las Naciones Unidas, vuelve al tema de la infancia, ahora con nuevo bríos y con una postura de Derechos Humanos y Democracia. Destacando que uno de los grandes obstáculos que enfrentan los países es tratar de escapar de las trampas de la pobreza que carcome a la niñez mundial.
Se reconoce que existe una incapacidad de los gobiernos para proporcionar infraestructura social adecuada y que se está transfiriendo una mayor carga de trabajo a las mujeres, pero sobre todo a las niñas pobres. Igual se advierte que no tener en cuenta el análisis de género, para la pobreza como para otros temas, implica faltarle a la realidad al intentar describirla o solucionarla.
Por primera vez se enuncia que hay un amplio rango de barreras económicas, sociales y culturales que hay que superar para alcanzar la igualdad de género, y que niños y niñas cuenten con percepciones, acciones y metas que no bloquen su desarrollo.
¡Increíble! Tener que colocar en la meta dos, del Milenio, firmada por los países miembros de la ONU, las especificaciones de cómo hay que asegurar que todas las niñas y los niños terminen el ciclo completo de la educación primaria, para que gobiernos dediquen fondos a la educación pública, para que las familias tomen conciencia de su obligación para con las y los menores de edad y que las sociedades, sobre todo las sociedades, construyan canales o reconstruyan tradiciones a favor de la niñez.
O bien, como marcan los objetivos cuatro y cinco de dichas metas. La reducción de la mortalidad infantil pasa por alcanzar mejoras en la calidad del servicio, antes que más tecnología. Porque no se han dado las estructuras sociales que se requieren para ofrecer servicios de salud adecuados a las personas. Faltan hospitales infantiles. Se reconoce que en algunas regiones del planeta, los más altos índices de mortalidad de bebes niñas se vinculan a la devaluación cultural que hay respecto a las niñas y el trato preferencial a los hijos varones en cuanto a alimentos y cuidados de salud.
¿Qué vamos ha hacer por la equidad de trato de niños y niñas? ¿Cómo lograrán sociedades rotas, darle a la niñez al menos siete años de vida con calidad, que nos aseguren humanos mayores cálidos y preocupados por los otros y otras?
El escritor Ernesto Sabato indica que: debemos volver a dar espacio en el alma de los pueblos, a una utopía que pueda albergar valores como el amor por la criatura humana, la justicia, el sentido del honor y de la vergüenza, la honestidad, el respeto por los demás, la búsqueda del sentido sagrado de la vida. Concuerdo totalmente con su observación, en mi niñez, existían las ideologías, pero, por sobre ellas, estaba lo humano, la vida de la naturaleza y el sueño e imaginación de las y los niños. Los humanos de casi todos los grupos económicos, teníamos infancia.
En nuestras raíces indígenas, negras y españolas, en la civilización negada o en la civilización criolla, la niñez tuvo su lugar protegido, se les miraba con respeto y esperanza. En momentos actuales de enorme comercialización, cuando en México se producen muchas cosas superfluas y, en cambio, no se piensa en las necesarias. Cuando nuestras materias primas no son de fiar, como sustento de un buen comercio exterior, ya que la demanda y los precios del petróleo se mueven fuera de nuestro control, en un mercado regido principalmente por los Estados Unidos. ¿Qué aceptamos? Niños drogados, niñez que es violentada en casa, chicos o chicas integradas a las mafias, prostitución infantil, venta de menores, despilfarro de algunos niños y niñas que sólo reciben dinero de sus padres, niñez de nintendo o de computadora. Sin duda que hay que repensar y rehacer nuestra cultura respecto a la niñez, y que el juego real de las decisiones políticas se abra a los trazos de la escasa democracia que hoy vivimos, si no los nuevos ciudadanos y ciudadanas no le entenderán.
En ello, los conocimientos “tradicionales” constituyen un capital invaluable, tenemos, en conjunto, como país, una gran cantidad de formas diferentes para organizar el trabajo, las familias, la comunidad; contamos con formas de respeto y acomodo de los infantes, con su creatividad y habilidades múltiples. Es hora de repensar y resignificar lo que tenemos. Busquemos en las prácticas y actitudes infantiles claves de equidad y solidaridad humana.

lidiceramos@hotmail.com


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