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DEL CÓMIC A LA LITERATURA
Luis Valdez

luisvaldez54Cesar Aira, narrador argentino, publicó una novela al más puro estilo de la historieta de aventuras con el personaje Barbaverde. Un salmón que amenaza al mundo y un superhéroe que representa al bien. Esos perfiles del blanco y negro con que las caricaturas y las “revistas de monitos” alimentaron nuestras imaginaciones infantiles.
Lo mismo hizo antes Julio Cortázar con el libro Fantomas contra los vampiros multinacionales, y encuentro con eso la justificación para un gusto que tengo más arraigado que los libros: el cómic. Y es que confieso que antes de saber leer ya intentaba descifrar el mensaje del arte secuencial con los recuadros de Fantomas, Kalimán y Zor y los Invencibles.
Me compraban historietas usadas en un local cerca del Mercado Colón, en un pasillo comercial de Hidalgo, casi llegando a Juárez. Logré llenar una caja con ejemplares de Editorial Novaro, que iniciaron un boom de la historieta en España, y debido a eso ahora tienen más mercado de “tebeo” –como se le menciona a la historieta en esos lares– que en México.
Siempre me cuidaba de los límites de la fantasía. Nunca me creí capaz de volar arrojándome por la ventana, aunque de todas formas mi casa siempre ha sido de un piso. Tampoco me dio por soñar con ser policía o reportero. Siempre he tenido pavor a las arañas, y los murciélagos me hacen pensar en ratones rabiosos con alas. Más bien, creo que aún sin imaginarme de policía, sí estuve a punto de ser un villano. En el kínder, cuando propiné una patada en el meritito cóccix a otro Luis Alberto, que no conforme con usurpar mis dos nombres, además era el consentido de las maestras. En la primaria empujé a un compañero mamón –el fresa del salón– que tomaba agua de los bebederos y se creía el líder por haberme dicho cuatroojos delante de la niña que nos gustaba a todos. En ese momento entendí dos cosas: que comenzaba a odiar a los pequeño-burgueses, y que tenía en algún rincón de mi cerebro un chip para convertirme en un infante terrible, más allá de las fantasías del cómic.
Mi relación con el mundo superheroico terminó en la escuela secundaria al escribir una obra teatral de horror y con el incalculable número de masturbaciones que me ejecutaba recordando a las alumnas de la técnica de secretariado que nos vieron en el escenario. Ya no estaba para historietas. Ahora quería verles los calzones y agarrarles las crecientes tetas.
La película Batman, dirigida por Tim Burton, me hizo pensar que los encapotados se estaban volviendo más serios. Bruce Wayne dejaba de llamarse “Bruno Díaz”. Ya no era un júnior que hacía juguetitos para jugar al héroe. Ahora resultaba ser un yuppie traumado porque un cabrón mató a sus padres disparándoles a quemarropa y el muy hijo de la chingada se carcajeaba mientras lo hacía. Escribí una reseña pensando más en el personaje que en la película o los cómics con que había aprendido a leer. Cuando la vi publicada en un periódico pensé: carajo, puedo escribir cosas como ésta y alguien morderá el anzuelo para publicarlo en su periódico o revista.
Comencé a escribir aventuras no de superhéroes, sino de los supervivientes de la ciudad. Personas más fuertes que el hambre y con más cojones que los ejecutivos de las empresas que antes habían exprimido a sus padres y ahora a ellos. Me impresiona saber que viven en agujeros con menos servicios básicos que la tan mentada baticueva. Que conocen bien lo que es salir a trabajar en las noches jugándose el pellejo. Los he visto en su territorio, imaginando que sus guaridas son todavía más oscuras, en los rincones más miserables de la ciudad. Cada que sobrevivo a una noche de parranda me maravilla más la realidad literaria y extraño menos la ficción superheroica. Esa que se nos cae del bolsillo en alguna parte del camino y que otros tipos tienen la valentía de regresarse para recoger.

cabritomty@gmail.com

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