PEREZ17102022

2024
Samuel Schmidt

Austin.- Las formas de Resistencia social son múltiples, aunque varían según los países, la geografía doméstica, la clase social, el género y hasta la edad. Se puede encontrar una cierta correlación entre sistema político y resistencia.

El chiste político que es una forma de resistencia social, abunda más en el sistema democrático, pero su impacto es menor, llega a los medios masivos pero a nadie se le ocurriría hacerle algo al comediante que se burla del presidente en televisión; en un sistema totalitario, la sola noción de burla presidencial encuentra la mayor represión posible; pienso en la respuesta furiosa del gobierno de Norcorea ante una comedia estadounidense ramplona y mal hecha (The interveiew, Rogen y Goldeberg 2014).

La resistencia tiene tonalidades e intensidades. Los obreros actúan, no exclusivamente, en su espacio de trabajo, con medidas desde tortuguismo hasta huelgas. Los empresarios se resisten fugando su dinero y hasta financiando campañas en contra del gobierno. Hay grupos que optan por cerrar calles ante la falta de agua o algún crimen, o porque se oponen a la guerra.

Hay espacios sociales con mayor latitud para resistir al poder y tratar de que sus acciones reviertan decisiones o propicien acciones gubernamentales que los favorezcan.

Hay sistemas que prohíben las expresiones sociales masivas, y muchas acciones se ubican en los márgenes de la ley, pero gozan de cierta legitimidad cuando son la voz del pueblo (por cierto, por eso de que demos=pueblo).

Hay sistemas que carecen de mecanismos de mediación social, que solamente dejan espacio a la protesta y responden con represión, la que afecta de manera diferenciada a la sociedad.

Vivimos una época de gran intolerancia y de búsqueda de escapes. Los comediantes ven que sus temas se limitan a lo “tolerado”. Hay jóvenes que acuden a fiestas Rave o los botellones españoles que son un embriagamiento colectivo, pero podrían ser la resistencia ante sociedades desiguales que limitan las oportunidades socialmente, aunque la ultraderecha las utiliza para reclutar, como hacen los neonazis en México.

El lenguaje ha registrado la exigencia de espacios con el lenguaje inclusivo, cuyo objetivo es romper lo que llaman el dominio del patriarcado, cuya base por cierto, está en la biblia.

Lo políticamente correcto cierra las mentes, limita y prohíbe discutir temas y hasta actuar. La derecha impone sus dogmas cerrando las fuentes del conocimiento, prohibiendo libros.

Los medios masivos de comunicación no informan, sino que articulan agendas sociales con las tendencias de los dueños o de los anunciantes.

La educación es represiva. Una experta determinaba que la copia en los ensayos estudiantiles, que hoy usa Chatgpt (igual que algunos maestros), respondía a la tendencia de los profesores que esperaban una respuesta igual a como ellos piensan.

Y esto me lleva a las protestas en las universidades.

La islamización en la educación que han cultivado Qatar, Arabia Saudita, la Autoridad Palestina y otros por medio de donativos; la organización política de grupos islámicos extremistas, una narrativa que victimiza a los palestinos, una bien armada campaña con mentiras y gráficos sobre “el abuso” israelí, mezclada con una narrativa judeófoba, fue la chispa que prendió la llama de la protesta estudiantil en 2024 en varios países.

Hay estudiantes que desconocen dónde queda Israel o Palestina, no saben de que río o mar se trata la consigna del Río al Mar, pero abrazan acciones anti judías, sea prohibir el paso a judíos en las universidades, o exigir la desinversión en Israel; pero se cuelan otros temas, como un grupo en Alemania protestando en contra de la construcción de una planta de Tesla.

En Estados Unidos se escucha un grito anti imperialista y anti estadounidense, lo que para muchos parece un sin sentido, pero puede implicar una protesta contra la política militar y policíaca de ese país en el mundo, o la expresión de agentes internacionales infiltrados en las protestas.

El mundo está oligarquizado cerrando oportunidades sociales, culturales y políticas.

Los jóvenes rechazan muchos de los valores de sus padres. No les interesa una casa o domicilio fijo, el matrimonio y la descendencia no es un valor fundamental, lo que horroriza a los demógrafos, pero no alerta a los políticos. Pero la mayoría estudiantil no protesta, se prepara para entrar a un mundo muy competitivo.

Hay protestas reprimidas por violentar normas o por una defensa del orden a ultranza. ¿Conocerán los políticos datos de las mismas que no se filtran? Pero los medios crean un mensaje que busca preocupar.

Debemos estudiar las protestas estudiantiles, los intereses que las manipulan, lo perverso de algunos de sus temas y los llamados de atención. En Estados Unidos, no protestan las masas; de hecho una decena de personas pueden poner tres tiendas de campaña y dar la impresión de que la universidad está tomada. Hay un dato sobre el tamaño de la protesta; hay unos 2 mil detenidos (algunos no estudiantes), que representan como el .0005% de los estudiantes universitarios. Y siendo minoritarios se atreven a demandar el cambio de políticas (alguna universidad se los ha concedido).

Los medios han sobredimensionado el conflicto y lo han subido a la campaña presidencial, para sostener su narrativa. NPR, la radio pública, aborda frecuentemente la parte más dramática en Gaza, pero nunca menciona los misiles que siguen saliendo de Gaza ni los que Hezbolah lanza contra civiles en el norte israelí.

El chiste político resiste y nos hace reír, lo que es placentero; la protesta política violenta, causa molestia, temor y dolor.

La gran tarea de los gobiernos es entender a sus sociedades y cómo les repercute la violencia geopolítica de algunos (como Irán y Qatar), que buscan desequilibrar para pescar algo en el río que revuelven.