GOMEZ12102020

36 horas en Washington
Leticia Calderón

Ciudad de México.- López Obrador aprende rápido. La verdad es que hasta hace apenas unos años el presidente no tenía en su radar a los mexicanos que radican en el extranjero. Su experiencia política se concentró por años en conocer cada esquina a lo largo de todo el país, pero a diferencia de otros políticos mexicanos que hicieron del extranjero una extensión de su espacio de proselitismo y búsqueda de apoyos, López Obrador apenas viajó a Estados Unidos y solo lo hizo de manera decidida cuando entendió no sólo el potencial político de la comunidad mexicana radicada en Estados Unidos, sino cuando captó que el perfil de la inmensa mayoría de esa comunidad, coincide con la población que más lo conmueve y por la que ha perfilado su proyecto de nación, los desheredados del sistema. Fue así como incluyó de manera abierta a los migrantes mexicanos como un grupo especial de su atención.

Para entender el momento que estamos atestiguando y aventurar una hipótesis dada la segunda visita en menos de 10 días de López Obrador a Estados Unidos, primero para reunirse con el Consejo de Seguridad de la ONU y recientemente con los llamados “tres amigos”, Biden, Trudeau y el mismo AMLO, los presidentes de los países de la región de América del Norte, permítanme hacer un brevísimo desliz histórico.

Hagan un salto al pasado a finales de los años ochenta e inicios de los noventa cuando la oposición política de izquierda se empezó a mover de manera decidida hacia la vía electoral, entonces muchos de sus miembros más connotados empezaron a realizar giras, encuentros y compromisos con representantes de “los paisanos”. La oposición política al partido en el poder, el PRI siempre tuvo adeptos que habían abandonado el país, pero en muy pocos casos como resultado de su activismo político, sino más bien por falta de oportunidades en sus propias comunidades. Por eso, es un mito aquello de que los migrantes como un todo eran opositores al sistema político mexicano encarnado por el PRI.

En aquellos mismos años se inició un gran despliegue de parte del propio gobierno mexicano (Salinas de Gortari), con la intención de establecer una relación directa con dichas comunidades, lo que se hizo a través de distintos programas que instrumentó la Secretaría de Relaciones Exteriores y que en su mayoría siguen vigentes. Hay que tener presente que parte de la intención política era conformar un grupo que representara desde la misma comunidad de mexicanos radicados en Estados Unidos los “intereses de México”, en un periodo en que se negociaba el T.L.C.

Desde entonces y ya han pasados más de 30 años, siempre hubo la intención explicita de parte de cada gobierno en turno, de constituir una especie de grupo que hablara a favor de México ante el gobierno estadunidense. El ejemplo de la diáspora judía cerrando filas a favor del estado de Israel y de los cubanos a favor de una política dura frente al gobierno de la Isla, son los ejemplos reiterados en que se basaba este proyecto. La diferencia es que hablar de “los intereses de México” siempre ha sido más complicado, entre otras cosas, porque los mexicanos en Estados Unidos son una comunidad enorme y muy diversa, con intereses, sesgos ideológicos y posturas particulares, casi como espejo del país que somos.

Además, el liderazgo migratorio que podría encauzar esta idea es sobre todo el activismo de personas que por años han peleado desde distintas trincheras a favor de sus comunidades, pero en ningún caso hay una representación que aglutine la diversidad de problemáticas que enfrentan casi 12 millones de paisanos. Nadie puede hablar en nombre de la comunidad y ni siquiera de algunas partes de ella como conjunto, de ahí que López Obrador haya entendido muy pronto que reunirse con algunos liderazgos hubiera abierto frentes con los ausentes y dejado espacio a malentendidos. Como con las bodas, los que no hubieran sido invitados siempre hablarían mal del menú que se ofreció.

De esta manera, volviendo ya al presente, desde el momento que López Obrador ubicó estratégicamente a los migrantes mexicanos como parte del grupo de “primero los pobres”, porque sin sus remesas sus familias reducen los ingresos que les permiten mantenerse a flote, se puede entender entonces que muchos de sus dichos, alegatos e incluso algunas expresiones que ha usado el presidente al dirigirse a esa comunidad han buscado explícitamente cambiar la relación que otros presidentes establecieron con un universo poblacional amorfo por su enormidad y diversidad.

Por eso, el hecho de hablar claro y sin rodeos en esta reunión formal de los tres países, México, EUA y Canadá, de la necesidad de incluir en la relación trilateral la reforma migratoria prometida que reconozca la necesidad de mano de obra y el potencial económico de la región con una mayor integración económica, es mucho más que lo que por décadas otros presidentes mexicanos han dicho donde había que hacerlo, en Washington.

Este escenario plantea un hecho por demás novedoso, la posibilidad de que por primera vez realmente se pueda conformar un grupo a favor de los “intereses de México” en Estados Unidos, en el entendido de que dichos intereses son los que abandera el gobierno en turno, pero esta vez, con la legitimidad y reconocimiento de parte de la misma comunidad migrante que lo apoya. Si esto ocurre, las posibilidades de que López Obrador amplíe su zona de incidencia se multiplicarían y podría mover piezas en un tablero que, aunque no es el suyo, tampoco le queda tan lejos y ya se aprendió el camino.