GOMEZ12102020

A la sombra del Estado Fallido
Diego Martín Velázquez Caballero

Puebla.- Aunque la hipótesis no es completamente original, pues Soledad Loaeza ha expuesto sus ideas sobre el imperialismo estadounidense anteriormente –así como otros autores–, lo importante radica en que una voz académica autorizada por el círculo rojo del statu quo nacional permita reconocer –con toda crudeza– la situación geopolítica de México frente a Estados Unidos (Loaeza, S. [2022] A la sombra de la superpotencia. Colmex). El imperialismo yanqui totalizante en México comienza a ser una verdad de Perogrullo, no sólo para las tradiciones de izquierda o derecha, sino también para los neoliberales y demócratas. Comprender el estrecho margen de acción que el sistema político mexicano ha tenido frente al avasallante y hegemónico Estados Unidos, constituye un avance significativo.

México ha transitado de ser una colonia española a una colonia estadounidense. El régimen de la revolución no pudo consolidarse sin la aprobación de Norteamérica; mejor dicho, ningún gobierno mexicano puede durar sin el visto bueno del imperio. La reunión del Paso o Henry Lane Wilson (sin olvidar al inescrupuloso Poinsett), constituyen apenas rémoras de un intervencionismo que es absoluto y no disminuye con el paso del tiempo.

Es cierto que el presidente de México no es el Tlatoani todo poderoso del mito, ni Virrey; las más de las veces sólo llega a ser un agente de la CIA. El omnipotente es Norteamérica, al menos para lo que tiene que ver con nuestra gobernabilidad.

La estructura socioeconómica colonial se subordinó a Estados Unidos y la jerarquización medieval constituye el estado de cosas que subsidia informalmente la economía de guerra yanqui.

Durante la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, durante la Guerra Fría, el gobierno mexicano fue neutralizado bajo los intereses anticomunistas de Estados Unidos. El poder del complejo militar norteamericano fue una razón irrebatible para que el nacionalismo revolucionario transitara de una intentona soberanista a una conducta sumisa para con la Superpotencia Capitalista. El alineamiento nazifascista capitalista anticomunista se impuso al PRI y los gobiernos subsiguientes, para beneplácito de las derechas locales y sometimiento o exterminio de las múltiples izquierdas.

Y aunque la advertencia tácita del reciente trabajo académico de la doctora Soledad parece tener como objetivo el desempeño del presidente López Obrador, aunque parezca un contrasentido, ¿por qué no pensar que el curso de las cosas en el actual gobierno es permitido por Norteamérica? ¿No ocurrió así en el cardenismo? ¿No buscó Estados Unidos ganar tiempo para imponer sucesivos gobiernos conservadores en lo que se equilibraba la estructura socioeconómica de México? Las vergonzantes remesas económicas producto de la emigración y narcotráfico, ¿no son también subsidios informales para la inoperante economía nacional?

La conducta del embajador Ken Salazar y el actual gobierno demócrata también se enfrentan a una carencia de tiempo por lo que respecta a la cuestión mexicana. Resulta indispensable estabilizar la economía de nuestro país, reducir la desigualdad que está ocasionando una cultura insurrecta y anárquica que desarrolla el Estado Fallido y puede poner en riesgo la hegemonía yanqui en su propio territorio.

Nada puede hacer México frente al poderío militar de Estados Unidos. En efecto, como señala Loaeza, las invasiones yanquis en Latinoamérica y los Golpes de Estado promovidos por la Casa Blanca, constituyen un recordatorio de la Espada de Damocles que pende sobre nuestros gobernantes. Por eso, y nada más por eso, Andrés Manuel López Obrador sigue en el poder.

La violencia rebelde que está generando la desigualdad en el país, obliga a reconsiderar las políticas del New Deal que México requiere. Ojalá que AMLO tuviera la capacidad del general Lázaro Cárdenas, pero se parecen poco, pues sólo ha copiado lo negativo del pragmatismo socialista. No obstante, incluso Cárdenas sostuvo su gobierno con alfileres frente a mensajes francos de una invasión americana a nuestro país.

George Friedmann imagina una guerra entre México y Estados Unidos para el año 2080; probablemente la crisis ambiental y humana que se vive han terminado por catalizar las tendencias. Aunque Friedmann se equivoca en su prospectiva geopolítica, la guerra no la ganará México, sino una argamasa, un muégano de múltiples castas y particularismos que terminará por fragmentar la Unión Americana a sus límites antropológicos en el Noroeste. Para inhibir dicha proyección, la modernidad y el cambio social en México han de ser reencauzados.

El militarismo y el trasiego de drogas en México se diseñan desde Estados Unido; es la única vía que se ha encontrado para corregir una estructura colonial hispana que resulta peor que el neoliberalismo. El asco que evidenció el monarca español frente a la Espada del general Simón Bolívar es muestra de que esa estructura virreinal colonialista no cede frente al cambio histórico. La Iberofonía e Hispanidad jamás salvarán a América Latina.

México y Estados Unidos necesitan tiempo para postergar el 2080. No alcanza el neoliberalismo ni el conservadurismo para que nuestro país se desarrolle e integre competitivamente a la dinámica estadounidense. Si las cosas siguen como están, si el óptimo de nuestra relación bilateral es identificarnos como la Sicilia Norteamericana, esto también terminará por lastimar peligrosamente a Estados Unidos. El problema no es el populismo ni tratar de construir programas que beneficien al precariato; el obstáculo del desarrollo en México se debe a una economía caciquil, corrupta, medieval y bandida, que va a destruirnos –tarde o temprano– y llevará a la fosa también a Norteamérica.

Desde la época virreinal las instituciones políticas, económicas y sociales diseñadas por el Imperio Español no funcionan. La mecánica del orden comunitario en nuestro país es una sinergia corrupta resultante de un equilibrio entre particularismos y desconfianzas mutuas. Son los poderes fácticos quienes se vuelven hegemónicos, precisamente las instituciones caciquiles y criollas se establecen para disponer el mayor orden de cosas.
La curialización e integración nacional de las diferentes comunidades se genera mediante la urbanización y la proximidad a los centros metropolitanos, siempre y cuando las ciudades incorporen medidas de abastecimiento y desarrollo económico. Las ciudades que mantienen altos niveles de pobreza, reproducen las rupturas y patologías sociales con menor impacto, pero problemáticas para los gobiernos locales. Una somera revisión en los municipios destaca inmediatamente los cacicazgos y la ausencia total de los servicios básicos.

La narcoviolencia que proviene de las zonas rurales y dispersas que alimentan cacicazgos, grupos de la delincuencia organizada y economía informal, ahora también tiene en jaque el orden social de nuestro país.

Durante la Guerra Cristera y hasta el Cardenismo, incluso durante la revuelta Delahuertista, una de las estrategias por parte del gobierno mexicano fue el bombardeo de las zonas rurales: generar ultimátums para que las poblaciones se desplazaran a las ciudades y neutralizar a las comunidades resistentes. Ese belicismo se ha mantenido en el Bajío mexicano y se reproduce como ejemplo en diversas partes del país.

Aunque esto parece una medida autoritaria, en el pasado ha sido eficaz para disminuir la violencia que azota diferentes partes de México. Diferente literatura, específicamente cristera del Bajío, relata con amargura ese tipo de acciones que arrasaban pueblos y acababa con la riqueza agropecuaria de los pueblos (p. ej. Acámbaro, en Guanajuato). Incluso la alta jerarquía de la Iglesia Católica aceptó esos términos, pues no había otra manera de reducir el ánimo de confrontación que seguía en las comunidades rurales. Incluso el desarrollo del sistema hídrico de presas durante el régimen de la revolución, sepultó –literalmente– algunos de los pueblos que se distinguían por su oposición gubernamental.

La mayor parte de la sociedad mexicana rechaza la modernización; la cultura de la pobreza no quiere pagar el costo que implica, no desea occidentalizarse y tampoco establecerse como un socio estratégico de Estados Unidos. El país ha fallado en su modernización y no existe coincidencia entre las élites y clases populares. Las expectativas negativas de la economía mexicana ya no hacen viable la asociación con Estados Unidos; el país no es competitivo ni cuenta con la infraestructura que incluso siga el paso de Norteamérica en la era cibernética, digital y de inteligencia artificial que ha llegado.

Loaeza considera que existe un margen de creatividad e institucionalización de los gobernantes mexicanos para contribuir al desarrollo y soberanía del país. Sin embargo, ha sido la ingobernabilidad de los grupos fácticos lo que defiende la soberanía, pero al costo del desorden e inestabilidad.

Pero las cosas van llegando al límite y la descomposición del tejido social en México está llegando a tal grado que ya no se puede sostener un orden benigno de ningún modo. La narcoviolencia que se está provocando en México está autorizada por Estados Unidos. La capacidad de Estados Unidos para aprovechar lo que ocurre en México es inminente, pero el supuesto beneficio de la narcoeconomía ya no es óptimo para nadie. Si el comunismo implicó el riesgo civilizatorio para los gobiernos norteamericanos, ¿no consideran que el narcotráfico es una ingeniería social peor? ¿Recuerdan lo que Inglaterra le hizo a China? ¿Nos aproximamos a un conflicto inminente con Estados Unidos? ¿Qué hemos ganado/perdido con la narcorepública mafiosa? Las remesas y utilidades del crimen e ilegalidad, las paga al triple el desarrollo de nuestro país. Igual lógica se aplica a los Estados Unidos. ¿Cuánto les ha costado la inmigración latinoamericana desde la perspectiva de Huntington, Brzezinski, Kissinger y Friedmann?

La obra de Soledad Loaeza pretende destacar las instituciones y formalización que han desarrollado los diferentes gobiernos mexicanos; empero, la clase política mexicana siempre ha estado al servicio del exterior y, en los últimos tiempos, exclusivamente al servicio de Estados Unidos; por eso, resulta poco creíble que alguno de sus miembros sea nacionalista. Lo evidente de su estudio es la manifestación respecto de la totalidad absoluta que ejercen los Estados Unidos sobre México. Por ello sorprenden las críticas hacia el supuesto autoritarismo y militarismo de López Obrador que, implícitamente, hace la autora. ¿Permitirían los norteamericanos un autócrata como Hugo Chávez o Fidel Castro en México? ¿No lo hubieran eliminado inmediatamente? La propia narrativa de Loeza destruye los señalamientos del excesivo poder que concentra AMLO. El poder absoluto en México lo tienen los Estados Unidos.

Después de entender que los presidentes mexicanos siempre han estado amenazados por los misiles estadounidenses, razón por la cual muchos decidieron ser agentes de la CIA (Litempos). ¿Por qué López Obrador escaparía a esa continuidad? Y, si ha escapado, ¿por qué los norteamericanos lo han dejado continuar?

Después de la invasión de 1914, los ataques del general Francisco Villa a Columbus y demás consecuencias del proceso revolucionario de nuestro país, Norteamérica se ha dado cuenta que puede aproximarse a una victoria total sobre México, pero, incluso la derrota del país no es sinónimo de control. Ha ocurrido en Vietnam, Afganistán, Irak; y va a ocurrir en México. Pocos mexicanos defenderán el territorio, la marabunta penetrará –en mayor medida– el sur estadounidense.

El nazismo desplegó una de las ofensivas militares más numerosas para romper la barrera soviética de 3 mil 500 kilómetros y llegar a los Montes Urales; el fracaso fue rotundo con todo y el apoyo occidental. ¿Por qué el IV Reich de Estados Unidos piensa que podría conseguir en México lo que los nazis no pudieron realizar en Rusia?

México no tiene de su lado al Comandante Invierno, empero, cuenta con el Comandante Relajo (Portilla) que ya se posicionó en el Sur y Este de Estados Unidos; él sí ha llegado a los Urales Gringos. La emigración de la mexicanidad (aproximadamente 50 millones de habitantes), con toda la esquizofrenia que implica, ha sentado células y misiles de playa en casi el 80% del territorio estadounidense, ¿Quién controla a Quién?

La histórica ingobernabilidad mexicana ha sido un acertijo para el imperialismo norteamericano; cometieron el doble error de manipularla y creer en los ineficaces gobernantes mexicanos (que siempre los distingue su escasa capacidad, no obstante los argumentos de Soledad Loaeza), razón por la cual tienen el Estado Fallido frente a sus ojos (basta observar a los gobiernos de Texas, California y Florida).

Las relaciones geopolíticas de Norteamérica son aplastantes contra México. En ese sentido debe entenderse la militarización y centralismo que vive el país, la falsa democratización y el feuderalismo caciquil que ha llevado la violencia hasta el extremo.

Los hallazgos de Soledad Loaeza deben validarse para la realidad que está viviendo México en la era de la Cuarta Transformación. La temible espada yanqui está encima de nuestro país y resulta importante encontrar formas optimas nuevas de relación entre países tan diferentes. El divorcio económico del T-MEC no será tan grave si la frontera sigue ahí; sin embargo, de continuar con el camino de la furia y violencia criminal que el trayecto cotidiano de nuestro país mantiene, sólo el desempeño fuerte de una autoridad militar podrá regular la violencia descontrolada que ejercen los grupos rurales abocados al trasiego de estupefacientes. Y la guerra de las calles en las ciudades mexicanas se extenderá a las ciudades estadounidenses.