Austin.- Hace unos años intenté publicar un artículo en la prensa de Estados Unidos. Después de varios intentos fallidos determine que yo era el problema, así que le pedí a un amigo que lo escribiera en “gringo”. Hecho esto lo enviamos a Los Ángeles Times, periódico que respondió con el artículo formateado, pero con una página menos, donde se establecía el argumento crítico. Al reclamarle al periódico, dijo: “Así va si quieres, si no, te buscas otro periódico”. Interesante, pero eso mismo me hizo el Excélsior. O sea que en libertad de expresión ahí se dan la mano ambos países.
Joe Biden acaba de organizar su cumbre pro democrática y concluyeron en dos temas centrales: lucha contra la falta de libertad electoral y contra la corrupción. ¡Bravo! ¿Por dónde empezarán?
Dicen que la limpieza debe empezar en casa, pero a Estados Unidos le gusta reclamar en otros lo que no hace domésticamente. Veamos algunos ejemplos:
es una práctica común en Estados Unidos alterar los distritos electorales para excluir el voto; a esta alteración a favor de un partido se le conoce como gerrymandering, pero que registra como constante excluir a grupos (no blancos) que “atentan” contra el orden anglosajón protestante. Llevamos ya muchos años con esfuerzos para suprimir el voto y solamente en el último año 19 estados aprobaron 33 leyes para suprimir el voto, y eso que ese país no tiene una historia de gran votación, la abstención en elecciones locales alcanza el 80 por ciento.
Estados Unidos es el paladín de la libertad y lleva décadas bloqueando a Cuba porque ese país carece de ella; sin embargo, intente usted crear un sindicato, manifestarse sin permiso para ver la agresión de las “fuerzas del orden”, o cuídese de cometer una violación de tráfico, porque puede encontrar la muerte en manos de que un policía, más probable si es usted afro-americano.
En este terreno recordemos la larga historia de invasiones y ocupaciones. La promoción de golpes de Estado, todavía mantienen ocupada una zona de Cuba (Guantánamo) donde tienen una cárcel, donde torturan gente por años y sin acusación formal de ningún tipo (el Estado de derecho a la americana a todo lo que da).
Pongamos en la palestra el derecho a la vida y veremos a los gobernadores que promueven la no vacunación, o prohíben que se usen máscaras que ayudan a prevenir la pandemia; por supuesto que nada les sucede cuando aumenta el número de muertos en sus estados, o que la gente se hunde en la deuda porque no existe un seguro médico universal y lo dejan a uno en las manos voraces de hospitales o farmacéuticas. Es inexplicable que una medicina del mismo laboratorio cueste en Estados Unidos diez veces más que en México, a menos que sea la impunidad para explotar la salud de los estadounidenses. Eso sí, esos gobernadores se oponen furiosamente al aborto.
Un agente gubernamental que clandestinamente penetra un cartel criminal es asesinado y Estados Unidos convierte en materia de estado la persecución de los asesinos; cualquier asesino debe ser castigado, pero con qué estatura moral actúa un país que se ha aliado con los peores actores políticos. Todavía deben explicar su protección a nazis para que los ayudaran a luchar contra el comunismo.
El gobierno de Biden censura al salvadoreño Bukele por aliarse a pandillas, mientras ellos se alían a mafias (cosa nostra, cárteles mexicanos, mafia rusa) para conducir operaciones secretas que violan la ley y que justifican sus pretensiones políticas.
Los Estados Unidos ha criminalizado el trabajo, el amor, le niega protección a las víctimas de sus políticas en el mundo; el nuevo episodio es el “Quédate en México” para los que le solicitan refugio político; y no olvidemos la separación de familias y enjaular niños.
En el racismo estadounidense todos aquellos diferentes al supremacismo blanco son criminales, están enfermos, así que no sorprende el odio a lo largo y ancho del país.
Los estadounidenses anuncian su cruzada contra la corrupción en el mundo, pero poco hacen con los despojos cometidos en las zonas de guerra (atracos en Afganistán, Paquistán por los amigos y socios del presidente), o tolerar la compra de senadores, congresistas y hasta de médicos.
Son campeones en la desigualdad, el 10 por ciento de la población atesora más que el 50 por ciento de la población; y con un mínimo impuesto al .01 por ciento de los más ricos se resolvería el problema de la miseria en el mundo. La gente sin casa que vive en las calles, parece ser un problema de belleza urbana, y se justifica democráticamente esconderlos para que no molesten la vista.
Si uno agrega los elementos de la realidad estadounidense encontrará qué tan lejos están de la democracia que exigen y su poca autoridad moral para aleccionar al mundo, pero de cinismo tienen una gran cantidad.