Si bien las promesas de campaña de la dupla ganadora se siguen delineando, y en todo caso, se concretarán hasta el 7 de agosto cuando el nuevo presidente y la vicepresidenta de Colombia asuman sus cargos, ya hay cosas que empiezan a moverse y anuncian aires renovados no solo para ese país sino para la región en su conjunto.
Un ejemplo puede verse en el hecho de que, sin dar tregua al tiempo, Gustavo Petro retomó el diálogo con su país espejo, Venezuela, unido, como nosotros los mexicanos con Estados Unidos, por relaciones cotidianas de tipo económico, familiar y afectivas. Esto explica la celeridad de la que se interpreta ya como la primera acción política del nuevo gobierno al reanudar ya mismo, las relaciones entre Colombia y Venezuela, que se interrumpieron hace poco más de siete años y no solo a nivel diplomático, sino con un cierre de fronteras y de consulados que dejaron en un limbo a los casi 2 millones de desplazados venezolanos radicando en suelo colombiano, lo mismo que a los miles de colombianos que a su vez viven en Venezuela. Por eso, la necesidad de resolver el efecto de esta decisión que era más una postura alineada a la sombra de Washington, que generó una crisis económica y humanitaria sobre todo a nivel fronterizo y en la que habían coincidido los dos candidatos presidenciales en campaña, el economista Petro y el ingeniero Hernández, lo que muestra que esta decisión cuenta con el aval de la inmensa mayoría de los colombianos.
La necesidad de acelerar este tipo de acciones podría ser la oportunidad para que el resto de los países de la región latinoamericana reconsidere sus propias políticas migratorias y la forma en que se da la movilidad a través de sus fronteras. Siguiendo el ejemplo de la nueva Colombia, se podrían facilitar los trámites que cada nación solicita para el tránsito, homologar procedimientos administrativos para quienes buscan radicar en otro país e inclusive, fomentar la movilidad que acerque nuestras geografías a través del turismo, las actividades comerciales, educativas y amistosas. Un gesto simbólico para saludar el nuevo escenario político en el caso de México, podría por ejemplo flexibilizar los requisitos que nuestro gobierno pide a los colombianos al venir al país e incluso, actuar de buena fe al respetar y no criminalizar, de entrada, las distintas razones de quienes ingresan o transitan por territorio nacional, en el entendido de que un flujo migratorio de la escala como la que experimentan nuestros países es de tal magnitud, que poner diques administrativos y medidas coercitivas excesivas es tan absurdo como pretender detener el caudal de agua de un río con una mano. A lo mejor no parece mucho, pero esta es una forma concreta de celebrar lo que implica para Colombia la renovación de cuadros políticos, de nuevas propuestas de gobierno y de acciones imaginativas que generen mejores condiciones de vida para la inmensa mayoría. Los dos pueblos, el mexicano y el colombiano, nos merecemos reempezar una relación que no necesita visas ni permisos imposibles de conseguir para reencontrarnos.