Frase fundamental de la doctrina cristiana
Monterrey.- El discurso que llama a la polémica para resolver la crisis del agua en Monterrey ya tomó, en los círculos más conspicuos, una orientación filosófica de corte cristiano, sin dejar de lado los aspectos políticos que necesariamente llevan al tema de la liberación social. Hoy se habla, por ejemplo, de la inevitable relación entre los tres elementos que conducen a la libertad –inspirada en la virtud– reivindicados en la época del Renacimiento europeo (siglos XIV, XV y XVI): voluntad, inteligencia y verdad.
Para la filosofía cristiana la voluntad, como principio, es un término definido positivamente, es decir, quien la tiene siempre actúa por el lado del bien compartido; en la inteligencia radica la capacidad del hombre para enfrentar prudentemente a la naturaleza. Es así como el hombre, dotado por el doctrinal libre albedrío, encuentra los medios que lo aproximan a la verdad como esencia de la libertad. No puede ser libre el hombre cuyos actos están ausentes de virtud y que, por el contrario, se cree libre envuelto por el vicio.
En cuanto a la voluntad, al gobierno de Nuevo León le ha faltado ejercerla en los términos cristianamente definidos, a fin de enfrentar el problema ocasionado por el insuficiente suministro del recurso más vital; situación que ha llegado a irritar una buena parte de la población, principalmente la más vulnerable.
Al asumir la ineludible responsabilidad de aplicar la inteligencia para buscar soluciones de emergencia razonables e integrar acciones eficaces de largo plazo, se ha optado por salidas cómodas como la de escudarse en el pasado, repartir culpas del presente y hasta fincar la esperanza en que la diosa fortuna haga su parte sin tomar en cuenta que la suerte suele favorecer con mayor probabilidad a quienes son previsores.
Si el pasado debe revisarse, no será precisamente para culparlo de la desventura, sino con el fin de entender mejor la realidad actual. Desde hace más de medio siglo existe la preocupación por el exagerado crecimiento del Área Metropolitana de Monterrey (AMM), al grado de concentrar actualmente al 92% de la población del estado en el 12 % de su territorio; además, las condiciones ambientales siempre han exigido configurar la actividad productiva conforme al costo -social y privado- que implica fundamentalmente el abasto regular del agua al AMM.
Por ningún lado se deja ver un plan de regulación del crecimiento urbano, ni una política de descentralización industrial ordenada, mucho menos acciones propias del desarrollo económico como tal. El presupuesto para desarrollo del campo, sustentado en las participaciones federales, sirve para el pago de abultadas nóminas de los municipios, mas no para hacer eficientes las actividades del medio rural. Es evidente que, si en realidad existiera la voluntad y la inteligencia para el desarrollo urbano balanceado, estaría en marcha un plan hidráulico a nivel estatal con carácter estratégico.
La orografía y el suelo plano del estado, y las nuevas tecnologías, propician la optimización en el uso del agua. Es posible aprovechar artificialmente innumerables relieves para almacenar agua de las lluvias que en buena parte van a la deriva. Ya es tiempo de revertir el proceso de abandono de las fértiles tierras agrícolas y ganaderas mediante sistemas modernos de irrigación. Mención espacial deberían tener el caso del agua tratada -cuyo destino prioritario debería ser la propia industria- y la depuración cultural del uso urbano del agua potable.
Se ha evidenciado que, las medidas de emergencia para amortiguar los efectos de la crisis del agua en AMM, carecen del sano ejercicio del poder de convocar, ante la incertidumbre, a todos los sectores sociales. Difícil, no imposible, invitar a la participación ciudadana ante la opacidad -histórica y actual- registrada en cuanto al manejo del agua y sus efectos en el contrastante desarrollo económico de Nuevo León. Sirva la actual crisis del agua como lección para argumentar acerca de las implicaciones de no haber obrado con libertad en el estricto significado de la palabra, misma que se inspira en el concepto del libre albedrío, en el que al hombre se le otorga la libre opción de actuar si, y sólo si, para lograr el beneficio propio, se consigue el bien de los demás.