Reflexionaba sobre los aprendizajes que me dejó Paloma, mientras le aviento granos de maíz a las palomas que deambulan en la estación al subir las interminables escaleras del metro. A mis 35 años, con mis pulmones usados de humo de cigarro, subo el último escalón sin aliento cada vez. Reconozco que la salud de mi cuerpo es mi responsabilidad, pero no puedo dejar de pensar, ¿si es cansado para mí, qué será de las personas más vulnerables? De las personas mayores, de los enfermos que deban usar este medio de transporte para llegar a consultar, en la estación Hospital donde me bajo. Me canso y me quejo, mientras imagino cómo será abordar este servicio para los demás; y observo si no encuentro otra palomita discapacitada que requiera mi atención. Entre escaleras y palomas andaba cuando me llegó la noticia.
Un joven ciego falleció en el metro, el jueves 12 de octubre pasado, al querer abordar el vagón. ¿Cómo es esto posible? Si se supone que el metro es inclusivo y tiene accesos para discapacitados; ¿qué pasó? Si existen en algunas estaciones sillas especiales para las personas que se desplazan con sillas de ruedas; si existen botones para solicitar ayuda, información con braille, y en teoría, acompañamiento para las personas ciegas al abordar su vagón. ¿Cuál fue la falla? Desconozco (claro) si en la estación a la que subió Samuel, contaba con estas facilidades.
Como acompañante de personas neurodivergentes es mi trabajo hacer los ajustes necesarios para que las personas con diferencias físicas o psíquicas puedan acceder a los servicios que debe garantizar el Estado. Las fallas son muchas, que no vemos ni las conocemos si no tenemos una discapacidad o neurodivergencia. Pero para las personas que viven con alguna discapacidad, el acceso al transporte público es una verdadera osadía. Y no debería de ser así. Es nuestra responsabilidad hacer los ajustes necesarios para garantizar no sólo el acceso, sino la seguridad para todos los usuarios y usuarias.
Aunque he visto cómo hay guardias que acompañan a personas ciegas hasta el vagón, también he escuchado cómo estos empleados solicitan a otros pasajeros que ayuden a bajar a la persona invidente a su destino. Y aunque reconozco la empatía de los usuarios que se solidarizan y ayudan, también observo que es una falta a la responsabilidad del servicio sobre sus usuarios más vulnerables.
En París las estaciones de metro más concurridas tienen barreras en los andenes que sólo se abren cuando el Metro ha llegado y está completamente detenido. Este ajuste habría salvado la vida de Samuel Isaí, que en paz descanse. En algunas estaciones tienen elevadores para el fácil acceso a personas con movilidad reducida. Aunque tampoco considero el metro parisino como un ejemplo de inclusión y accesibilidad, tienen ideas. Ideas que debemos tomar en cuenta, sobre todo ahora que estamos en la construcción de nuevas líneas, en la renovación del servicio y que con el alza en el costo de los boletos, podemos exigir que se implementen estos ajustes necesarios que nos garanticen que el metro, los camiones y todo transporte público sea seguro para todos y todas. Si yo pude hacerlo por una palomita con un ala rota, nuestros gobiernos tienen el deber de hacerlo para incluir y cuidar la vida de todos sus ciudadanos y ciudadanas.