PEREZ17102022

AL BORDE
¡Ay, cosita!
Jorge Castillo

Monterrey.- En la secundaria no faltaba el compañero que te picaba la cola con el dedo. La reacción inmediata era la de hacer a un lado las nalgas dando manotazos, con quejas malsonantes y risas nerviosas. En respuesta, el afectado intentaba dirigir la misma acción hacia el acosador.

Esta suerte de travesura homoerótica entre jóvenes varones era muy común durante mi adolescencia. No sé si lo siga siendo hoy en día. Pero lo que quedaba claro –en aquel entonces y ahora que lo recuerdo– es que esta práctica era un genuino juego de poder. Poder ejercido mediante la sexualización agresiva e hiriente del cuerpo del otro.

Bien vale confirmar que este acto resultaba ser muy desagradable para quien era blanco de las risas socarronas. Y por lo cual no sería incorrecto aseverar que uno de los tantos objetivos de este jugueteo era no sólo el de agredir, sino también el de ofender y burlarse del afectado, marcándolo socialmente con el puntilloso dedazo. Sobre todo, si este último no formaba parte del círculo de amigos que se “llevaban así de pesado”, y era más bien objeto de lo que hoy conocemos como bullying.

Así pues, ridiculizar al otro agrediendo su integridad corporal con la sugerencia velada de poner en duda su propia identidad sexogenérica –cual potencial homosexual– es una estrategia típica de poder desde el código simbólico machista para autoafirmar la propia hombría. Es muy de machos atentar contra el honor sexual de los demás para desprestigiarlos y denigrarlos, para sojuzgarlos socialmente. ¡¿O no es así, maricón?!

De esta manera eran y siguen siendo las cosas entre vatos, quienes, ya siendo adultos, no solo recurrimos invariablemente a la picaresca homoerótica en nuestras “divertidas” reuniones sociales de Club de Toby, sino que también instrumentalizamos los cuerpos de los demás para afirmar nuestra propia valía y dominio sociales.

¿Por qué afirmo que en la actualidad así siguen siendo las prácticas machistas de los varones, seamos adolescentes o adultos? Basta con ver el reciente caso de la senadora, por Chihuahua, Andrea Chávez Treviño contra el caricaturista, de El Financiero, Antonio Garci Nieto, quien difundió en días recientes, en su cuenta de X, una imagen fotomontada de la senadora donde se ve su rostro sobrepuesto al cuerpo semidesnudo de otra mujer.

Es bien sabido que la actividad profesional de Antonio Garci tiene un claro sesgo confrontativo hacia el espectro político e ideológico de la 4T, del cual forma parte la senadora Chávez. Aversión que, sin duda, fue el motivo de dicha publicación. Y de la cual no se declara como autor original, pues dice que él no generó la imagen, y que solo la compartió en sus redes sociales. Así, según él, se desentiende de cualquier responsabilidad sobre su publicación.

Desafortunadamente para Garci Nieto, este deslinde no le será de mucha ayuda. Pues aunque dubitativa en un principio, la senadora ya decidió interponer una denuncia judicial en contra del caricaturista, bajo el amparo de las disposiciones legales que son conocidas como Ley Olimpia. Y las cuales reconocen y sancionan los delitos que violan la intimidad sexual de las personas a través de medios digitales. Si bien el fotomontaje no expone el cuerpo mismo de la senadora, sí sexualiza claramente su rostro; que, por cierto, es un retrato de cuando ella era adolescente.

Aunque la publicación de Garci Nieto supone la comisión de un delito tipificado, él ha insistido que las acusaciones públicas de la senadora Chávez son una afrenta a su libertad de expresión; y denuncia que, además, es sujeto de persecución por parte de políticos del gobierno mexicano, los cuales lo acosan y censuran. Ha llegado al ridículo de victimizarse solicitando asilo político a la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Con estas declaraciones, Garci Nieto “desnuda” sus claras intenciones de golpeteo político dirigidas hacia la senadora Andrea Chávez, y hacia todo lo que ella representa, a través de la manipulación gráfica de “su cuerpo”. La denigra sexualmente para descalificar su posición y postura políticas. La convierte en un objeto sexual de consumo digital para todos los opositores y detractores de la 4T. En pocas palabras, la rebaja al nivel de una simple cosa para agredirla y burlarse de ella.

Como bien dicen las feministas: los cuerpos son territorios en disputa. Y ya sean adolescentes o adultos, los cuerpos masculinos y femeninos son parte de una conflagración mayor que, explícita e implícitamente, se desarrolla tanto en la superficie programática de particulares sectores de nuestras sociedades, como en sus amplias profundidades subconscientes.

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