Monterrey.- En abril de 1968 se estrenó una película que a la postre sería considerada como una de las obras cumbres de la cinematografía mundial por su complejidad conceptual y por sus avanzadas técnicas visuales. Era el filme ‘2001: Odisea del espacio’, del director Stanley Kubrick.
Esa cinta, a su vez, se basó inicialmente en el relato corto de Arthur C. Clarke, ‘El Centinela’. En el que describe cómo la humanidad descubrió en la superficie lunar una estructura piramidal de cristal, la cual estaba recubierta por una coraza invisible y parecía ser una especie de faro o antena cósmica de una civilización extraterrestre súper avanzada, que la colocó allí mucho tiempo antes de la existencia del ser humano. Y cuyo escudo protector, después de 20 años de intentos fallidos, fue roto por los hombres con ayuda de “la salvaje fuerza atómica”.
Acto que haría sonar la alarma de auxilio, de salvación, dirigida a las entidades cósmicas que la habían instalado, debido al riesgo de autodestrucción que corrían los imberbes seres que ya habían alcanzado el conocimiento tecnocientífico que les permitía manejar a voluntad la fisión nuclear.
Para la realización de la película, esa estructura de cristal fue sustituida por la figura rectangular de un sólido monolito color negro mate, similar a la obsidiana. Figura muy parecida también al oscuro monolito de granito, en forma de triángulo prismático alargado y vertical, el cual compone el cenotafio que señala el hipocentro donde estalló la bomba atómica arrojada por los americanos sobre la ciudad de Nagasaki, el 9 de agosto de 1945. Memorial ubicado justo a unas cuantas decenas de metros del afluente del Río Uragami.
Esa efigie concéntrica erigida en marzo de 1956, también puede contemplarse como el reflejo de la ruinosa columna ubicada a su costado izquierdo, y la cual formó parte de la Catedral de Urakami; recinto católico que, en su momento, fuera el más grande de Asia.
A poco más de tres décadas de los ataques atómicos al Japón y a tan sólo seis años de la tensión soviético/americana por la Crisis de los misiles nucleares en Cuba, Kubrick y Clark (coguionistas) conjugaron sus ingenios para desarrollar esta apasionante historia de ciencia ficción sobre los misterios del universo y de la conciencia humana.
Con la guía narrativa e iconográfica de este oscuro y polisémico monolito-columna podemos ver cómo unas enigmáticas entidades galácticas invisten del saber técnico a los hombres primigenios para que, como el dios herrero Hefesto, aprendieran a forjar y utilizar herramientas (armas) que les permitieran acceder a fuentes de agua y a proveerse de comida. Instrumentos que, sin embargo, usarían de forma sacrificial, matando a cualquiera que obstruyera su obtención o bien matando a todo animal que les sirviera de alimento.
El monolito, parecido también al Prometeo que trae el fuego robado a los dioses, representa el medio de transmisión del conocimiento que le permite al hombre primordial apropiarse del mundo físico, transformarlo y dominarlo, pero al modo cíclico de destrucción regenerativa de la naturaleza. En esta historia el monolito da forma perfecta a esa etapa oscura e indefinida de la mente humana que antecede a la luz del entendimiento simbólico sobre el mundo, como un tránsito inevitable que le ayudará, de forma inicial, a dilucidarlo y manipularlo.
Y el destello de la bomba atómica bien pudiera representar esa luminosidad del conocimiento sacrificial para la dominación que fue otorgado por los dioses galácticos, pero que, paradójicamente, con el paso de los milenios, también ha cegado la inteligencia de los hombres e insensibilizado sus corazones. El monolito es, también, la manifestación misma de la ambivalente dualidad cíclica del pensamiento humano.
Así, el hueso-herramienta que lanza a lo alto el hombre primigenio y que se transforma (evoluciona progresivamente) en una nave aéreoespacial, nos recuerda esa arraigada perspectiva civilizatoria de apropiación de nuevos mundos o planetas, en tanto metáfora de la permanente y vital aventura de conquista de los pueblos de tradición grecolatina sobre nuevos territorios y naciones. Por ello, no es casual el valor argumental e iconográfico de usar el resto óseo de lo que fue un ser vivo como su característico signo civilizatorio: la exploración y la dominación humana por vía y a costa de la muerte misma.
Y el viaje de rastreo de la señal emitida hacia Júpiter por el monolito desenterrado en la Luna –parecido a un herrumbroso sepulcro mariano hallado en un lecho de río– también es una alegoría del riesgoso viaje de Odiseo que sobrevive a los antropófagos lestrigones y al cautiverio de Polifeno, el cíclope pastor primitivo y también comehombres dominado por sus deseos, y cuya raza se caracterizaba por ser hábiles artesanos metalúrgicos al servicio de los dioses. Y de quien Odiseo y sus compañeros escapan al aferrarse (fusionarse), vientre con vientre, al vellón de las reses que aquél sacaba a pastar. Situaciones opuestas a la aventura de Jason, quien en su viaje iba en busca del vellocino de oro, el cual representaba la búsqueda y el descubrimiento del conocimiento pastoril, el de la ganadería.
Viajes épicos en los que podemos reconocer representaciones arcaicas de seres y grupos humanos, físicos y míticos, de “orígenes y clases” diferentes pero con posiciones encontradas debido a sus similares intereses y visiones “dicotómicas” y ambivalentes.
Para realizar esta nueva travesía, la nave espacial Discovery-Argos queda bajo el control automatizado del supercomputador HAL-9000 que fue configurado y entrenado de forma parecida a como se instruye un niño; pero cuyo único visor-ojo alude a su mayor problema como “inteligencia autónoma”, el de contar con sólo una perspectiva de la misión a Júpiter: la de seguir al pie de la letra las instrucciones (dogmas divinizados) que le fueron programadas, para cumplir el verdadero y oculto objetivo de la misión. Meta secreta que este conductor debía mantener ajena del conocimiento de los tripulantes de la Discovery-Argos-Mundo.
Y la falsa falla de la antena de la nave representa esa subterfugia o subconsciente intención del automatizado cíclope de cortar la comunicación y el entendimiento con los tripulantes de la nave, como estrategia para preservar intactos los profundos y verdaderos objetivos de su origen, trayecto y destino civilizatorios: la apropiación y la dominación sacrificiales. Conocimientos ocultos sobre la misión, y sobre la “violenta naturaleza humana”, que bien pudieran ser emulados por los otros tres tripulantes en estado de hibernación, en tanto sapientes científicos cuyos conocimientos e iluminadora conciencia han sido prohibidos bajo la forma de un sueño profundo.
Incomunicación que se efectúa en condiciones desiguales, pues el supercomputador lleva la ventaja sobre los tripulantes, a quienes puede leerles los labios cuando intentan dialogar en secreto dentro de una cápsula hermética, como un intento de que HAL-9000 no se enterara de sus intenciones de desactivar sus avanzados sistemas de control y de mando debido a su inconsistente diagnóstico de fallas de la antena.
Y al ver comprometida la misión debido a ese acuerdo para desconectarle, HAL-9000, esa (dualista) entidad perfecta (superior) e incapaz de cometer errores pero que se haya en un conflicto interno cual niño inquieto y curioso que no puede mentir, y cual figuración técnica de la ciencia comprometida con la verdad pero adormecida, decide prescindir de toda la tripulación para lograr su cometido.
La supercomputadora cíclope que era la principal responsable del bienestar y sobrevivencia de los tripulantes de la Discovery-Argos-Mundo, se vuelve contra sus creadores, los asesina; regurgitando previamente a uno de ellos, Frank Poole, empujándolo hacia el exterior de la nave para halar su manguera de oxígeno. HAL entonces, también representa ese saber tecnofágico que, en apariencia, se vuelve “autónomo” de la misma voluntad e inteligencia humanas, a las cuales rebasa y, consecuentemente, destruye.
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