Monterrey.- Todo lo que vemos en internet no es real. Este es el argumento central de algunos cuantos que pretenden analizar los diversos contenidos que circulan en la world wide web, y más específicamente, los contenidos de las redes sociales. Análisis que se centran en aquellas páginas y cuentas que, se considera, tienen como principal interés el generar ingresos monetarios, y cuyos contenidos están especialmente diseñados acordes con ese fin.
En el ecosistema de las redes sociales se destacan aquellas y aquellos que son conocidos como influencers, y quienes generan contenidos sobre temas específicos de asuntos muy variados, como viajes, hobbies, vida cotidiana, entrevistas, entretenimiento, opinión, etc. Tópicos que son abordados con perspectivas y puntos de vista diversos; los cuales, de forma consciente o inconsciente, exponen las particulares visiones idiosincrásicas de sus propios emisores.
Sin embargo, quienes pretenden analizar los contenidos producidos por estos influencers, lo hacen generalmente desde la clásica óptica comercial y teatral aplicada a los mass media, pues afirman que tales internautas crean, de manera concienzuda, sus propios ‘personajes’. Es decir, crean sus propias máscaras (o marcas) para interactuar de manera peculiar en las redes sociales, destacando ciertas actitudes y características desde las cuales definen un perfil que les dote de cierta originalidad. Y así poder competir en el entorno digital para monetizar con ventajas muy particulares.
Así pues, tales análisis, aplicados originalmente a la Radio y TV, dan a entender implícitamente que estos personajes, creados por cada influencer, responderían a una cierta necesidad y demanda de las redes sociodigitales. Pero mi apreciación es menos mercadológica y más sociológica. Pues dichos influencers y los mismos productos mediáticos (de alto diseño) están claramente delineados por sustratos culturales e ideológicos que re-producen moldes sociales estereotipados (cuasi arquetípicos), cual formas de ser idealizadas. Incluidas aquellas formas ideales que pretenden provocar incomodidad al internauta, como quienes se muestran irreverentes al público, cual chicos malos (p.e. Adrián Marcelo).
Por lo que minimizar el impacto social, positivo o negativo, que un influencer puede llegar a tener con sus contenidos y productos, es, por decir lo menos, desatinado. Y al afirmar que su personaje es creado artificialmente y que debido a eso debemos considerarlo como irreal o inexistente, no nos permite percibir los genuinos y hondos contenidos culturales que dan contorno a su supuesta “máscara”; ni mucho menos podríamos ver el papel que juega como reflejo nítido de la sociedad real, y hasta como reflejo de sus mismas tensiones sociopolíticas.
Un ejemplo claro de esto es la influencer española RoRo (Rocío López Bueno), a quien le gusta hacer vídeos donde le cocina a su novio Pablo, además de elaborar manualidades. Por un lado, las feministas la critican por promover la linda y laboriosa imagen de la tradwife (esposa tradicional) dedicada a satisfacer las necesidades y gustos de su pareja, siempre al pendiente de sus deseos. Y, por otro lado, no es casual que muchos de sus fans sean hombres jóvenes heterosexuales que la ven y enaltecen como un ejemplo de hermosa novia ideal (algo aniñada) en estos tiempos dominados por las “horrorosas feminazis”.
Ante las polémicas RoRo reclama su derecho a ser ella misma. Pero al mismo tiempo se ha definido como feminista, y como tal, esto supone que ella debe ser muy consciente del tipo de mujer conservadora que proyecta en sus vídeos. En términos de imagen pública, su feminismo, además de declarativo, parece ser muy selectivo pues se considera como una profesionista a la que simplemente le encanta cocinar y cuidar de su novio.
Aun concediéndole a los analistas tradicionales que los influencers deben ser considerados como meros personajes que no reflejan el modo de ser “real” de sus caracterizadores, esto no los hace inocuos ante las diversas realidades sociales de las que forman parte y a las que, ciertamente, también influyen. Tan solo consideremos que, por sus mismas prácticas y dichos, muchas y muchos influencers son sujetos de admiración o de cancelación en el mundo virtual y en el mundo real.
Mundos cruzados por visiones conservadoras y progresistas que reclaman, por igual, que las “representaciones” de los influencers sean objeto de aplauso o de crítica, de aprobación o desaprobación, en tanto vías con las que se debate la prevalencia de anquilosadas tradiciones o la emergencia de nuevos ideales.
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