GOMEZ12102020

AL OTRO LADO DEL CUENTO
Botones con Corazón
Aureo Salas y Abighail Ramos

Monterrey.- ¿Qué hice una noche antes del fin del mundo? Pues lo mismo que la noche siguiente, el final resultó ser un poco, como lo explico… un poco sistemático. Las cosas comenzaron casi sin darnos cuenta y poco a poco nos fue cambiando la vida.

     Primero llegaron las nubes oscuras, redondas, aplanadas, casi pensantes, pues había un patrón de distancia entre ellas que resultaba perturbador. Se estacionaron ese día en el cielo y ya no se movieron. La gente las miraba con temor, con admiración y con desconfianza. Y aun así se tomaban fotos con ellas y las subían a sus cuentas en las redes sociales.

     El miedo parece coraje cuando al temor lo acompaña la esperanza.
     
     En la televisión nos dijeron que las nubes eran eso… nubes. Una especie de gas denso que podía ser traspasado por un pájaro o un helicóptero y que no perdía su forma original. “Son casi redondas”, decían en las noticias, mientras Papá, Mamá y yo mirábamos cada vez más la tele y entrabamos a internet buscando respuestas, pues una de esas nubes estaba encima de mi casa. “Miden cerca de 2000 metros de diámetro, están a unos 500 metros del suelo y a diez kilómetros de distancia una de la otra. Hay miles en todo el mundo y ninguna está posada sobre el mar”. Terminaba de decir el reportero. La nota remataba con una imagen de satélite mostrando un mapa del estado lleno de puntos, como si alguien hubiera dibujado un juego de timbiriche sobre un mapa de la escuela.

     Era algo tétrico tratar de entender la naturaleza de lo que ocurría, las nubes eran oscuras y un poco traslucidas, como un vidrio sucio, pues se miraba el anillo del sol cuando pasaba por encima. No se movían a pesar de los vientos y las otras nubes, las de verdad, pasaban a través de ellas sin descomponerlas, sin alterarlas, provocando una perpetua sombra sobre el lugar donde estaban. Llegaron un 21 de julio, cuando estábamos de vacaciones en la secundaria y en plena canícula. “Debe ser un fenómeno natural inexplicable, algún factor térmico combinado con magnetismo”, decían los expertos, “¿pero cuántas cosas no sabemos acerca de la naturaleza?, no creemos que un evento como este sea el fin del mundo”.

     Pasaron varias semanas y las nubes oscuras se volvieron algo cotidiano. Hubo muchos reportes, notas investigativas, experimentos fallidos y teorías conspiratorias tratando de entender lo que eran y el porqué de su comportamiento. Hasta que un día, como nubes que eran, de ellas llovió.

     —No hay señal, Cynthia —me dijo Papá ese día, unos minutos antes de que lloviera de las nubes oscuras—, no hay tele… no hay radio… Las computadoras no tienen Internet y el teléfono ni ruido hace ¡No sé qué hacer! ¡Vámonos a la casa de tu abuela!

     Subimos a la camioneta y cuando avanzamos unas calles comenzó la lluvia, pero no eran gotas, sino objetos redondos, como canicas de metal opaco. Cayeron cientos, miles… sobre los autos, sobre las casas, sobre la gente. Las nubes oscuras se desintegraron y las calles se oscurecieron debido a que esas pelotitas diminutas lo cubrieron todo. Lo vi desde el asiento posterior del auto. Las esferitas opacas rebotaban como si fueran de goma, luego, después de un momento, comenzaron a arrastrarse… parecían miles de insectos buscando madriguera, rodando y tapizando toda la calle con un color opaco.

     Lo mejor que pudo pasar en ese momento fue subirnos al auto, lo peor es no saber, meses después, en dónde y cómo están mi abuela y mis papás. Desde ese día el mundo cambió por completo, muchas, muchas personas tiradas en la calle, muriendo. Cadáveres donde quiera que volteabas…

     La poca gente que queda ahora, las pocas personas que se aventuran a salir a la calle para buscar comida o un charco para poder tomar agua, llamó a esas esferas: Botones con Corazón. Cuando escuchabas que alguien avisaba: ¡Ahí vienen los Botones con Corazón!, lo mejor era esconderte y no hacer ruido.

     Los Botones eran como esferas vivas, rodaban por la calle en grupos numerosos y rebotaban a voluntad trepando cualquier cosa. Las personas decían que tenían corazón porque cargaban en su interior una especie de poder emocional. Yo lo imagino como una Inyección de Ideas, pues si una persona era tocada por una de éstas esferitas, su percepción ideal cambiaba. Y las nociones plantadas por los Botones eran malas y muy simples. Odio… Melancolía… Terror… Angustia… Desdicha… Rencor… Vacío… Desconfianza… Abandono… Desamor… Entonces, si una persona llegaba a ser rozada por uno de estos botones, se dejaba morir de soledad, hambre o miedo, los que eran tocados por los Botones con Corazón se provocaban a sí mismos la muerte.

     Aunque hemos aprendido a burlarlas, nos envolvemos en ropa y cobijas, nos ponemos pantuflas y podemos salir a buscar comida o un lugar más cómodo para dormir sin que nos escuchen… Te encuentran con el ruido y te brincan encima si llegas a provocar, aunque sea, un murmullo con la ropa. Hasta ahora no sabemos de dónde y para que vienen, si es una especie de castigo divino o un exterminio, pero creo que nunca lo sabremos. No me ha tocado ningún Botón, pero llevo semanas sintiendo la desesperanza sabiendo que esto es el fin.
Vago con mucha frecuencia envuelta en cobijas, me ha tocado ver cientos de Botones pasar a mi lado sin saber que estoy ahí, a centímetros de inyectarme con su locura. Extraño a mi familia, ese día me dejaron sola y salieron por comida. No volví a verlos ¿Qué hacía una noche antes del fin del mundo? Preparaba de cenar con mi Mamá, vimos una película y jugamos a las cartas. Una noche después hicimos lo mismo… El fin es tan largo…

     Y vagando encontré en una casa a un solitario anciano sordo mudo, me quedaré a cuidarlo, así tendré una razón para seguir aquí. Parece buena persona y creo que, a como están las cosas, una compañía en silencio será lo mejor.