Monterrey.- No hay nada alrededor, tan solo arena caliente, hierba y una franja de asfalto oscuro que me lleva lejos y a donde no me puedan hacer daño. La distancia no es más que olvido y el olvido nos hace diferentes en el recuerdo de los demás. Ese es el propósito. El viaje sale caro si no llevas suficiente remesa para resistir, dijo una vez alguien, no recuerdo quien fue porque no tuve nada que ver con esa idea. De otra cosa estaríamos hablando si esa persona estuviese ganchada a mi memoria individual de mutilaciones personales.
Me gusta el ruido del camino, tan plano, tan seguro, tan sin vida. El motor gruñe desde sus engranes y finjo que por un segundo estoy a salvo de esas manos feroces que pretenden atraparme. Me acolcho las orejas con algodón para escuchar tan solo mi respiración y sentirme más relajado. Vieron mi rostro y no pude completar mi faena. Ahora soy un fugitivo y mi cara es ya un afiche mal dibujado en televisión y redes.
¡Algún día la gente sabrá lo que sufrimos quienes nos alimentamos del arte del dolor y la sangre y entenderán! ¡Entenderán el hambre! ¡La necesidad de plasmar un recuerdo! ¡La satisfacción de saberte un creador!
El motor ruge con calma, pero casi no lo escucho. No parece que estoy huyendo, manejo con cautela y a lo lejos será un auto más, que a la simple naturaleza humana no parecerá sospechoso ¡Claro, la gente es incauta si les proporcionas un lienzo de confianza! ¿Qué de qué hablo? Vamos, si ni siquiera sabes de que viene la persona que está a tu lado, ¿cómo vas a saber que te puedo desmembrar con tan solo un cable grueso y una cuchara? Por lo pronto me voy lejos, donde pueda comenzar otra vez. Porque esto no se puede detener… ¡Sabe Dios que no se puede detener!
La distancia se va volviendo soledad y huele amarga, serán los kilómetros que devoro a las prisas.