Monterrey.- El azar, la suerte, esas vibraciones cósmicas que manejan la parte impredecible del universo, mantuvo a la botella con su mensaje adentro bastantes décadas en altamar. La tocaron pescados, delfines, pulpos, una ballena se la tragó y la expulsó por su espiráculo días después. Encalló en un arrecife de coral, descansando durante varios días y un vendaval la devolvió a su rutina. Sobrevivió a gran cantidad de tormentas y vio muchos barcos pasar a su lado.
Así fue como la botella con el mensaje divagó en el mar por mucho tiempo más. Alguna vez formó parte de una isla de basura, otras, se arrastró por alguna playa. Aunque la marea siempre la regresaba a su viaje, donde el mar la arropaba entre sus crestas refulgentes embarrándola de espuma.
Pero la botella nunca se rompió, su tapa de alcornoque, aunque desecha de la punta porque los peces no perdonan algo que puedan morder, aguantó todos los embates habidos y por haber. Llevando al eterno vaivén del agua salada, el intacto mensaje de aquel marinero que se despedía de cuantos conocía mientras el barco se hundía. Como un último suspiro de elevación hacia un cielo sin estrellas.