Monterrey.- No es niebla, es polvo.
Un polvo que te cala en los pulmones cada que respiras. Puedes ver más allá de tus narices, pero no es algo que con gusto hicieras. El cielo se ha oscurecido y de vez en cuando se escucha alguna explosión. Corrimos como hormigas cuando se viene el aguacero, como cucarachas cuando enciendes la luz. El cielo se partió, como decía el pollito en aquella caricatura, y cayó a pedazos haciendo temblar la tierra.
Hay fuego, caos, violencia. Ayer mi colonia era un lugar tranquilo, donde a lo mucho batallabas para que el vecino le bajara a su bocina comprada en una casa de empeño. Ahora no puedes agarrar un carro porque más adelante te bajan a pedradas y, si te quieres escapar a pesar de eso, te ponchan las llantas y como quiera te bajan a pedradas. No hay luz y la señal murió… No puedo comunicarme con nadie, no sé dónde está mi esposa, pero no creo que pueda llegar hasta acá si se le ocurre venir. Hace una semana pensábamos que el gobierno haría algo, que la libraríamos por un pelo, pero no… De pronto y tan solo avisaron que no eran unos cuantos, sino miles de fragmentos… ¡No hay escapatoria! Somos tan tontos aún en el final, esas alarmas en internet que luego compartimos como memes burlándonos del fin del mundo. Rezando para que una gigantesca mano divina detuviera lo inminente. Algo que muy en el fondo, sabríamos que no ocurriría.
Y fueron truenos, gritos del planeta al sentirse apuñalada por fragmentos de roca que venían del espacio. La gente gritaba de terror, de agonía. No era como en las películas, donde en un par de segundos y ya eres el héroe, el que se arriesga para evitar que una damisela en peligro se vaya con todo y auto por el resquicio de un arroyo. No… tan solo ves el auto que se va, con la chica al volante y sus ojos tan abiertos, que son una estampa que no dejas de ver cada que cierras los ojos. En la vida real todos somos un mismo personaje ante una situación así de fuerte, somos el que corre, el que siente una astilla de esperanza cuando huye. El instinto primario de supervivencia que nos dice que, si corremos lo suficiente, le ganamos a la muerte aunque venga en un rayo.
Y por un momento me detengo a divisar lo que cae del cielo. Un montón de flamígeras imágenes que chocan con el suelo provocando estruendos monstruosos. Un pensamiento cruzó por mi mente y me detuve. Y era hermoso. Si no tuviera la certeza de la muerte, sería una buena anécdota para contarle a los hijos. La lluvia de meteoros se vuelve intensa y destruye todo a su paso… Es el fin… ¡Pero en serio que también es hermoso!