Monterrey.- Cuando es uno niño con cualquier cosa vuela la imaginación. Unos monitos, unos carritos sin llantas y en un montón de arena dura sucede la aventura. De una cueva va saliendo un dinosaurio, pero no cualquiera, este es uno infernal, que escupe fuego por la boca y es casi indestructible. Los carritos se apostan fuera de la cueva, el dinosaurio desde adentro se defiende, y todos disparan esperando acabar con aquella bestia del averno.
Disponíamos luego de los días de lluvia, tan intensos que uno no solo se conformaba con palitos y barquitos de papel que se iban por los remolinos de las alcantarillas. Te acostabas en la orilla de la banqueta; donde la corriente se juntaba y se hacía más fuerte; y te dejabas llevar como una víctima de algún vendaval. Arrastrado por los cauces hasta que tu mamá te gritaba que ya estaba bueno y que debías bañarte si no querías terminar enfermo.
El día se iba y llegaba la noche. Y se armaban los juegos de futbol, las luchas, las guerras con tirabolitas. Las escondidas. Con el paso del tiempo, esas mismas noches fueron cambiando. De las escondidas pasamos a rayar paredes, de los tirabolitas pasamos a los cigarros. Huir de las patrullas fue el nuevo juego. Si te atrapaban, no solo la ley te daba tus moquetazos, también nosotros para que se les quitara lo weyes. Y en la casa siempre nos creían, porque nosotros no hacíamos nada malo, solo nos divertíamos conforme a nuestra edad.
Y pues la verdad a mí nunca se me dio la escuela, no nací para aprender y tengo un hosco resentimiento con quienes me obligaban a estudiar. Pero como las piedras no se pagan solas, tengo que andar quitando en los camiones para que se arme una fumada porque, desde hace mucho tiempo, las noches dejaron de ser de hierba. Tan solo saco mi navaja y me dan celulares y carteras. De niño, cuando jugaba con mis carritos descompuestos a matar dinosaurios del infierno, quería ser policía… Creo que esto es casi lo mismo…