Monterrey.- La arrogancia de las viejas, nuevas y oportunistas “izquierdas” que tomaron fuerza con AMLO podría ser una causa del subidón delirante de Samuel García en las encuestas; el mirrey por antonomasia, el niño mimado que apenas sale de su cascarón de privilegios y ya pretende gobernar un estado muy complejo, con brechas socioeconómicas abismales.
Esa es mi bronca. Nunca he tolerado el juniorismo. Desde niño lo padecí cuando acompañaba a mis primos mayores a chambear en “las casas ricas”, y observé el maltrato de los chicos engreídos que hablaban raro montados en un tren lleno de lujos directo al éxito, con la vida resuelta.
Solo de imaginar que, de mantenerse esta tendencia durante el mes que resta antes de elecciones, y verlo sentarse en la silla que ocupó un Raúl Rangel Frías, me pone de mal genio.
Voté por Bronco, fui el hazmerreír familiar durante seis años, porque pronto el famoso jinete montaburros sacó a luz toda su soberbia, mostró el cobre, nos hundió por su desastroso desempeño en su papel de falso ranchero devorado por las mieles del poder.
En el caso de Samuel, creo que su personaje representa perfectamente el desdén a la inteligencia, el aspiracionismo de las clases medias, y la ideología voluntarista que domina la vida cotidiana de quienes detestan su propia identidad social. El niño dorado no oculta la cruz de su parroquia, no niega quién es, aunque creo que ni él mismo sabe para qué quiere el poder; pero sus padrinos que se mueven en los entretelones sí lo saben: depredar, exprimir, expoliar al máximo recursos, instituciones, leyes.
Esa es nuestra bronca: darle el voto a quien no representa más que a un grupúsculo de oligarcas.
No creo poder soportar otros seis años fingiendo que todo está bien, que no apesta a podrido en Nuevo León.
Aunque, en verdad, no veo que haya opciones de salvación, porque la caballada está bien jodida.