GOMEZ12102020

ALGO QUE PASÓ Y NOS CONTARON
Al norte resplandece la tierra prometida
(Segunda parte)

David González Cantú

Monterrey.- “Andamos buscando dos trabajadores, se ve que ustedes nos pueden ayudar –dijo el viejo– es un trabajo de unas cuantas horas, cargar una troca con bultos de cemento. Pago bien, diez pesos para los dos. Además el flete va hasta el valle bajo del Río Bravo, a Reynosa. Nos pueden acompañar en el viaje, les damos el raid”, palabras raras, como si supieran o conocieran de qué les estaban hablando. Intercambio de miradas entre suegro y yerno, el dinero se está acabando… “Sí, y nos acercan a donde vamos”. Sí, esas últimas palabras fueron contundentes, aunque no les pagaran, pensó José. Una mirada, sí, está bien. Recomendaron a las mujeres esperarlos ahí, no hablar con nadie y les dejaron dos pesos, por si algo se ofrecía; les dijeron que se fueran hasta los andenes, donde había más familias.

El Chevrolet negro, amplio, reluciente, rodó lentamente por Pino Suarez. José y su suegro maravillados se asomaban por las ventanillas, vieron el Arco de la Independencia y la estatua en la parte alta, las águilas que la resguardan, los grandes árboles, la Alameda. “Casi vamos a llegar a la orilla –les comentó a sus contratantes”. “N’ombre, apenas vamos a la mitad.” Cruzaron el lecho seco del Río Santa Catarina, los tiraderos de basura en la orilla del cauce, y las casuchas improvisadas de los pepenadores; le confirmaron encontrarse en la orilla de la ciudad, pero al pasar el río se dio cuenta de que había más casas, de madera y láminas, de gente igual de pobres que ellos, que se quedaron por no poder regresar a sus pueblos, pero que encontraron trabajo y fueron levantando como pudieron un lugar donde meterse. Subieron por las calles empinadas y polvosas de la colonia Independencia; les gustó la iglesia de Guadalupe, lamentando que no hubieran podido ir a visitarla.

En la calle Hilario Martínez detuvieron la marcha. Bajo la sombra de un árbol, el viejo le preguntó al joven por Pancho, el chofer: ¿por qué no estaban ni él, ni la troca? La respuesta fue que le había dicho que debía llegar temprano. Esperaron un tiempo y el viejo mandó al muchacho a buscar a Pancho; se fue en el carro y pasada media hora el viejo les dijo que iba a hablar por teléfono, para saber qué estaba pasando. Les dijo que esperaran ahí, por si regresaba el joven; y se fue. Esperaron primero de pie y después sentados en la banqueta. Pasó mucho tiempo, casi dos horas, y no regresó ninguno de los dos hombres. Preguntaron a un vecino si sabía dónde era que se tenía que cargar una troca con bultos de cemento y les dijeron que por ahí sólo había casas. Desconcertados se regresaron a pie hasta la estación del ferrocarril, recorriendo la ruta por donde habían llegado.

Al dejar al viejo José y su suegro, el joven se subió al auto y se dirigió inmediatamente a la Estación Unión, buscó a Sara y a Esperanza, y con la sonrisa más amable, como si fuera un viejo amigo de la familia, dándoles confianza, les dijo que iba a recogerlas, que José y su suegro ya iban en la troca rumbo a Reynosa; y que ellas se irían en el carro con él. Les ayudó a cargar sus cosas y las acomodó en el asiento trasero. Él era todo un caballero y no había que desconfiar; hasta a Sara ya se le estaba haciendo amable y también guapo. “Pónganse cómodas, porque el viaje es un poco largo”, fue lo único que les dijo.

Cuando llegaron a la estación, José y su suegro, cansados y sudorosos, buscaron a sus mujeres. No las encontraron y empezaron a preocuparse, se separaron y recorrieron toda la estación. No las encontraron, tenían que estar ahí. José empezó a llamar a Esperanza a gritos y la angustia se transformó en coraje y después en desesperación; recorrían otra vez la estación y salieron al jardín, no sabían que hacer y a preguntar por ellas. Una señora con su familia les dijo que se habían ido con un pachuco en un carro grande negro; que les había dicho que no se fueran, pero que no le hicieron caso.

Agobiado por la emoción y el cansancio, el padre se derrumbó; a José le dijeron que pusiera una denuncia, ahí frente a la estación había una Delegación de Policía. El guardia de turno llamó a la central y un jeep, adaptado como patrulla, los llevó a la Demarcación Central, para levantar la denuncia, la que presentó ante el Procurador de Justicia del Estado y el Secretario General de Gobierno de la desaparición de Sara Pérez de Chaires, casada veinte años y Esperanza de iguales apellidos, quince años. Se les prometió que se haría todo lo posible para localizar el auto de los maleantes.

Esto sirvió de pretexto para comisionar a un Agente Judicial y trasladarse a Tamaulipas, y recabar información en Reynosa y San Pedro de Roma; y procurarse la ayuda del Comandante de la policía del lugar. Después de tres días, la Policía de Tamaulipas rescató en San Pedro de Roma a las mujeres; las encontraron en un prostíbulo, al realizar un cateo, por reportes de trata de blancas.

Despues de un año, logró el Procurador de Justicia del Estado hacer un cateo en la zona roja de Linares, y rescatar a doscientas mujeres secuestradas en ese poblado, y consignar a tres involucrados en el tráfico de mujeres.

Mientras los secuestros de mujeres y menores continuaban en la ciudad, llegando incluso a arrebatarles de las manos de sus madres a las infortunadas. Y el destino eran prostíbulos de Reynosa, Camargo, Matamoros y otras ciudades de la franja fronteriza.