Monterrey.- Teresa entró al fresco de su casa, después de una jornada de trabajo. Quince cuadras caminando, porque no pasaban camiones por su rumbo, en el barrio del Mediterráneo; y aunque hubiera, subir a los atestados y caros camiones era la muerte, sólo había unas cuantas rutas y estas contaban a lo máximo con cinco unidades, aunque había sus excepciones: dos camiones para una ruta que recorría la ciudad.
Cuando los veía pasar, atestados con personas colgando de los estribos porque iban saturados, se imaginaba lo que tendría que soportar: olores a sudor rancio de los obreros que salían del trabajo, a orines, a pies, fétido aliento y los inevitables roces de la gente que se corría en busca de espacio dentro del camión; o de plano los arrimones que le propinaban los “viejos”, que con los brazos levantados tomados del pasamanos fingían inocencia.
No, era mejor que no pasaran camiones por su barrio, aunque se sintiera pegajosa al llegar del trabajo después de caminar, un baño fresco le caería bien, aunque fuera solamente pasar un trapo húmedo por el cuerpo, aunque no hubiera agua en la llave, que tendría que acarrear desde el centro del patio común de la vecindad.
¡Ya llegó La Negra, mamá!, gritó su hermana cuando la vio. La Negra, como le decían sus seis hermanas de cariño, no le importaba, pero era la más morena de todas y por más crema de La Campana que se untaba, no blanqueaba. “Aunque sea de la cara”, pensaba cuando se encontraba en sus secretas sesiones de belleza.
“¿Cómo te fue?”, era la bienvenida surgida con otro grito desde la cocina. “Bien”, dijo Teresa, mientras se desanudaba la pañoleta con la que se cubría del sol, moderna y juvenil prenda con la que se sustituyó el reboso. Se quitaba el calzado de tacón bajo para que no se maltratara, y las tobilleras para sustituirlas por unas sandalias. Por último, el cinturón que resaltaba su feminidad y el vestido para cambiarlo por una bata de algodón para estar cómoda y fresca.
“Viene mañana tu tía Mela, para su cumpleaños, llega por la tarde” –dijo su madre, sin dejar de hacer lo que trajinaba en la cocina–, le va a dar gusto verte”.
“Esa comunista –dijo su padre desde la puerta donde oyó esta última frase–, sólo trae ideas extrañas a esta casa desde que entró a estudiar”.
“¡Ay, papá!, es tu hermana, y me gusta platicar con ella –dijo Teresa, disimulando el asco que le provocaba el olor a cerveza de su padre”.
“Estoy rodeado de puras viejas y pa’ acabarla la comunista de mi hermana, desde que entró a la Normal en Galeana se ha vuelto muy rebelde. que ya no respeta nada ni a nadie”.
Por la noche, Teresa busca el recorte de periódico que encontró en el trabajo, era una duda y temor que le causaba desasosiego desde hace varios días, seguro su tía tendría una explicación; la leyó nuevamente y se durmió pensando en la nota.
Craing sur sierre Suiza (AP) Las mujeres activas en movimientos feministas están expuestas al peligro de la calvicie, en opinión de un dermatólogo de N.Y. el doctor Irwin L. Lubone. Dijo en un simposio internacional sobre problemas capilares que se han registrado últimamente un notable aumento de casos de calvicie entre mujeres, cuyos cabellos comienzan a ralear adelante y prematuramente desaparecen por completo en partes.
El especialista dijo que ello se debe principalmente al uso de substancias químicas, el calor, los peinados modernos y el tratamiento con elementos mecánicos del cabello; pero agregó: “La pérdida de atributos femeninos pudiera determinarse de la asunción de labores masculinos y la participación en manifestaciones callejeras. Esos cambios en las costumbres podría tener consecuencias neuro-hormonales que tal vez alteran la proporción de hormonas masculinas y femeninas”.