“De niña y adolescente fui potra salvaje.”
Así me decía Marga, mi madre,
ya vieja la ’ñora,
con los ojos llenos de la luz de su juventud.
Hablaba de cómo corría,
trepaba, se arrastraba, saltaba, se carcajeaba
en los llanos y cerros,
entre los matorrales y piedras
de la ranchería donde nació…
a veces montada a pelo de algún caballo.
La veo impetuosa, audaz, rauda y veloz
con la carcajada fácil y libre
los dientes blancos y fuertes.
Ahora a mis 63 y aunque no lo parezca
la potra salvaje soy yo.
Aquí ando por el mundo
“cual hoja al viento”
(¿escuchas la Canción Mixteca?).
Huérfana y viuda, asomándome al mundo
que se esfuerza por enseñarme
la belleza inefable de sus paisajes.
Yo acudo como puedo:
contenida, restringida,
replegada, suspendida,
detenida, impedida,
limitada, frenada.
Ay, pero mi alma,
mi alma es potra galopante,
como la de mi madre de niña:
desbocada, desatada,
desaforada, alocada,
precipitada.
Mi alma me rebasa,
me deja segura
sentada en mi silla de ruedas.
Ya sola y libre, empoderada
se asoma al templo de Atenea Niké.
Mi alma galopante se apropia del mundo
siente el viento transparente y frío
de comienzos de marzo
y se mete entre las grietas y resquicios
de las rocas milenarias de la acrópolis ateniense.
Oronda, se pasea entre sus florecillas silvestres
las besa y las huele; se hermana con su fragilidad.
Se abraza a los deshojados árboles aún invernales
(los árboles sin verde la estremecen).
Mi alma galopante se detiene para imitar
el paso seguro y rápido del anciano Urbano,
mesero portugués que supera el ritmo de sus compañeros
mucho más jóvenes que él.
La motivación de su trabajo dedicado y servicial
es su madre de 94 años
que lo espera paciente en Portugal.
“Yo quisiera caminar tan rápido como él”,
dice la compañera de mesa.
“Yo quisiera caminar”, replico yo.
Mi alma galopante vuelve a mí satisfecha,
impregnada de la luz pura de esos días de marzo.
Ufana me cuenta de todo lo visto, oído y sentido.
palabras evocadoras brotan de sus labios:
Civitavecchia, Nápoles,
Kusadasi, Atenas y Messina.
Me falta espacio en el corazón
para el cúmulo de olores, colores de nubes
los azules y nombres variados del Mediterráneo:
Tirreno, bahía de Nápoles, Egeo, Jónico, estrecho de Messina
Mi alma galopante, como la de mi madre de niña,
me colma la vida… me la prolonga.
Dallas, 6 de marzo de 2024.