Ciudad de México.- Este lunes 15 de junio comenzó otro nuevo e incierto tramo del camino del calvario para millones de personas en México. Millones salieron a las calles de la Ciudad de México con la cruz del desempleo, de la pobreza, del hambre, del dolor por un muerto, de la aflicción por un familiar ahogándose en una cama del UCI, a cuestas, a abordar el Metro o el Metrobús, sin rumbo, sólo con la esperanza de quién sabe qué.
Cientos de miles de casi fantasmas que emergieron de los sótanos del confinamiento, como pájaros liberados de su jaula, en busca de una nueva normalidad, que aún nadie acaba de definir, si es dramática o esperanzadora de un nuevo mundo.
Muchos se enfrentaron a una realidad extraña, antisocial, con la cara cubierta, protegida, para librarse de los regaderazos de saliva de sus alteridades porque por ahí anda el coronavirus. Nadie sabe quién de los transeúntes, o de los empleados de los comercios está contaminado con el SARS-Cov-2, que tiene todo el permiso para matar, como cualquier matarife de una banda de la delincuencia.
Raro que entre las actividades que se reactivaron este lunes estuvieran las que cerraron para reducir contagios, como las estaciones del Metro y el Metrobús, así como el Hoy No Circula excepcional que se aplicó debido a que el país se encontraba en la fase 3 de la pandemia. Raro porque millones no tuvieron a dónde ir. Acaso hay trabajo, acaso hay dinero, acaso hay solidaridad de los viejos patrones, aunque muchos despedidos retornaron a su viejo puesto en una verdulería o en un centro de verificación de motores.
Raro porque los citadinos, de una de las ciudades más grandes del mundo, lo que más necesitan ahora es recuperar su puesto de trabajo, o buscar uno, porque fueron despedidos al estallido del coronavirus, y ahora la economía nacional está desecha, con empresas hechas trizas por la ausencia de recursos y el desempleo, por lo mismo, hace presa del hambre a millones de desempleados que, aunque el presidente diga lo contrario, no recibieron apoyos suficientes para, por lo menos, comer y darle de comer a su familia.
Y así, con hambre, salieron a buscar quién sabe qué. Lo menos que habrán encontrado es a un contagiado de coronavirus que les dejó prendido el animalejo. Muchos salieron como pedro por su casa. Sin protección alguna, creyendo que ya la pandemia había llegado a su fin, por obra y gracia de los alcances de los medios de información que llegan a muy escasas audiencias comparándolas con el tamaño de la población. Millones no saben de periódicos impresos, inclusive ni de los insulsos noticiarios de radio y televisión, y ya no digamos de las redes “sociales”.
Muy difícil será la pendiente que los mexicanos tendrán que escalar para alcanzar una recuperación económica de injusta medianía, contradiciendo la “justa medianía” que le gusta mencionar al presidente. En lugar de inversiones y nuevas inversiones lo que emerge es odio.
Muchas empresas medianas, pequeñas y micro quedaron en la bancarrota en tres meses de inactividad, de no producir, de no distribuir, de no vender. Los que se salvaron, como siempre, son algunos comerciantes de productos de primera necesidad como los de los supermercados y las boticas, en las que escaseó y sigue escaseando lo más importante. Y muchos aprovecharon el desconcierto para inflar los precios. Un galón de satinizante llegó a costar hasta 500 pesos.
Parece que la única rama de la economía que está trabajando bien es la minería, sólo parece, pero está en manos de extranjeros, así que su plusvalía emigra a los países de origen de las compañías concesionarias del oro mexicano, o de la plata, y de otros muchos minerales valiosísimos como el litio. El beneficio que se queda en el país no es suficiente para empujar hacia arriba la curva de Gini.
La aviación está prácticamente en bancarrota. Y como la gente, en su mayoría, dedicó los ahorros a sobrevivir en estos meses, pues las aerolíneas tendrán que batallar con muy bajos precios, que no muchos viajantes podrán pagar, por las prioridades. El desempleo es mayúsculo. Se habla de que, a abril pasado, ya había algo más de 12 millones de desocupados.
Sólo los barones del dinero no tendrán problemas. Su dinero no es para levantar a sus empresas. Son empresarios, no empresas. Ellos son ricos. La empresa que se joda. Duro, pero así piensan muchos con un descarado desprecio para sus trabajadores.
Pero bueno. Tendremos que caminar a troche moche y durante largas jornadas, para encontrar el hilo de este ovillo enredado por un virus hasta ahora inmortal.