Ciudad de México.- Los mexicanos enfrentan gravísimos problemas que pareciera no tienen solución, como la violencia contra las mujeres y, en ésta, el feminicidio, que lacera el corazón.
No ha habido en toda la historia, ni habrá en el futuro poder judicial que acabe con la agresividad de género, porque su naturaleza es estructural.
Desde la infancia se va formando al macho engañador, violador y asesino.
Es fruto de la mala educación a la que contribuyen varios “educadores”, desde la madre, el padre (cuando hay padre), los abuelos (cuando hay abuelos), los ministros religiosos, los profesores, los medios masivos, la televisión y las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), entre otros.
No sirven de nada los procesos judiciales. El criminal puede ser sentenciado a cumplir una pena, pero no sólo no es reeducado para reinsertarse en la comunidad, sino que es especializado en la actividad criminal por grandes maestros dentro de cualquier penal.
Sale peor el remedio que la enfermedad.
Gobiernos van, gobiernos van, gobiernos vienen – entendiendo gobierno como ejecutivo, legislativo y judicial -, y la maldición del maltrato a las mujeres continúa, a pesar de que las cárceles puedan estar repletas de feminicidas, si es que hubiera una dedicación continua de las autoridades para perseguir y castigar a los feminicidas. La inmensa mayoría de estos siguen su cotidianeidad de asesinos impunes.
Representantes de la sociedad que no forman parte del gobierno, como organizaciones intermedias, iglesias de todas las confesiones, instituciones de asistencia privada, empresarios, organizaciones de defensa de trabajadores, entre muchas, no tienen como prioridad la defensa de la igualdad entre varones y mujeres.
El machismo no sólo no desaparece, sino que es alimentado por la familia, por los medios masivos, en los que las mujeres son símbolos de uso de los machos; a la mujer se le desnuda en las pantallas de los medios televisivos tradicionales y en las aplicaciones que pululan en la Web.
Y el feminicidio no sólo no se para, sino que se incrementa.
Este lunes 5 de octubres, la presidenta de la Comisión Especial (senatorial), que da seguimiento a los casos de feminicidios de niñas y adolescentes, Martha Guerrero Sánchez, informó que se reunirá con autoridades de 10 estados federados, que registran los más altos índices de feminicidios, para ver qué está fallando, cómo fortalecer la legislación reglamentaria; revisar los protocolos preventivos y las debilidades jurídicas, entre otros aspectos.
Un buen avance. Pero no suficiente de ninguna manera, si no va acompañado por estrategias culturales y de reeducación desde la familia.
El gravísimo rompecabezas del feminicidio es, a todas luces, no un problema legal, sin solución a pesar de la persecución; no es protocolar, jurídico, judicial. No.
Es un asunto de mala educación.
Y hasta ahora ningún cuerpo partidario, ni ningún agente político, ni cultural, ni educativo, ni eclesiástico, lo plantea más que como un asunto judicial.
Pero está comprobado que la solución no está en las cárceles. No. En las cárceles se multiplica a la enésima potencia.
La solución podría estar en la familia, en la escuela, en la iglesia, en cualquier punto de encuentro de los miembros de la sociedad.
Y no pasará nada. Sigue, como una actividad normal, apareciendo el feminicidio en las estadísticas. En Baja California, Chihuahua, Nuevo León, Veracruz, Jalisco, Ciudad de México, Estado de México, Morelos, Puebla, Oaxaca, donde se registran más feminicidios.
Y habrá que preguntarles a las autoridades educativas, encabezadas por Esteban Moctezuma Barragán; a las autoridades de Salud, encabezadas por Jorge Alcocer; a las mismas autoridades de Gobierno, como las cámaras legislativas, a los ministros de la Suprema Corte, al jefe del llamado poder ejecutivo, qué van a hacer que no sea sólo la persecución judicial para disminuir al máximo el feminicidio.
Parece que no hubiera salidas. Parece que el futuro fuera más nebuloso que el presente.
Es urgente, por tanto, abandonar los paliativos, las aspirinas, frente a una realidad lacerante. Y por qué no inventar, imaginar, una verdadera revolución cultural que comience a la hora de la concepción del ser humano.
La 4T debería de dar una respuesta contundente para “transformar” esta mala educación que conlleva el luto, el duelo, de muchas familias.