Ciudad de México.- Como muchas veces ocurre en estos casos de agresiones sexuales a una mujer, o en casos extremos de feminicidio, viendo las cosas a distancia de unos mil kilómetros, no parece haber claridad, menos meridiana, en la historia del asesinato de la doctora de nombre Mariana Sánchez Dávalos, quien cumplía con su servicio social en la clínica de la comunidad de Nuevo Palestina, en el municipio chiapaneco de Ocosingo.
Nadie sabe nada. Ni la dirección de la clínica de campo, ni la dirección de la Secretaría de Salud Estatal, ni la dirección de la Facultad de Medicina Humana de la Universidad Autónoma de Chiapas; la versión del “dicen” es que nadie escuchó las denuncias, las quejas que, antes de ser hallada muerta, habría presentado Mariana a las autoridades gubernamentales y a las universitarias.
La versión dice que la joven doctora se quejó de que estaba siendo acosada por un compañero médico, pero nadie habla de este supuesto acosador, y menos aparece su nombre de pila en ninguna nota periodística relativa al caso del presunto feminicidio. Y menos ha sido detenido. No debe de ser nada difícil ubicarlo.
La madre de la doctora, como saben, es la única fuente real (las autoridades del Ministerio Público sólo han dicho que están investigando los hechos). Y lo más relevante de lo que ha declarado ella, no ante las autoridades, sino ante reporteros es que nunca autorizó la cremación del cadáver de su hija.
Nada está claro. Es más, hay confusión. Hay quien, muy relacionado con la defensa de las mujeres, llega a imaginar que la muerte de Mariana pudo haber sido suicidio ante la impotencia para defenderse del acosador y la decepción de las autoridades de Salud y Universitarias, que no dieron importancia su queja de que estaba siendo acosada sexualmente y que pedía que la cambiaran de adscripción.
Voy a imaginar que Mariana fue asesinada por su acosador, su compañero médico que la presionaba para que aceptara tener relaciones sexuales con él. Por qué no es identificado este presunto criminal. No aparece, por lo menos, su nombre.
Lo único cierto es que el cadáver encontrado es de Mariana. Y que ya fue cremado, sin siquiera tener resultados de las indagaciones ministeriales. Imposible saber más de su naturaleza corporal, de su estado físico. Una prueba importantísima, el cadáver, fue destruida. ¿Por órdenes de quién? La madre asegura que a ella no le pidieron que avalara la cremación del cuerpo. Y ahora cómo van a saber la verdad los policías investigadores de la Fiscalía General del Estado de Chiapas.
Pero sea lo que fuere, Mariana, que así se llamaba la jovencita médica, egresada de la Universidad Autónoma de Chiapas (Unach).
Todo ahora son suposiciones. Menudo lío que tienen encima los investigadores del Ministerio Público. A simple vista nadie puede asegurar nada. Si fue feminicidio, o asesinato por razones de género, claramente tipificadas en el Código Penal Federal, Título Decimonoveno sobre Delitos contra la Vida y la Integridad Corporal, Capítulo V.
No hay más qué decir. Todo es suposición, especulación.
Si fue suicidio por desesperación ante el presunto acoso. Lo gravísimo, lo terrible, lo doloroso es que una joven mujer, que empieza su carrera de médica, ya no va a cubrir su turno en el hospital de campo de Nueva Palestina.
Y como dice mi colega, Mariqueta Burelo, en el caso de Mariana se ven reflejadas muchas jóvenes recién egresadas de las escuelas de medicina, que hacen su servicio social en comunidades alejadas del mundo moderno y sin protección de las autoridades de Salud, o de las instituciones educativas donde estudiaron la carrera.