Ciudad de México.- El sueño americano está convirtiéndose en pesadilla para millones de mexicanos que emigraron de sus comunidades, pueblos y ciudades en busca de una vida menos oprimida por la pobreza material en los Estados Unidos.
En condados, ciudades, pueblos y el campo de la potencia mundial, aún racista y excluyente, viven y trabajan unos 38 millones de los llamados “paisanos”, que se fueron un día, y cruzaron la frontera marcada por el Río Grande o Río Bravo por las buenas o por las malas, con pasaporte y visa o sin ningún documento, caminando por el desierto. La libraron y se establecieron en El Otro Lado, en algún pueblo lejos de la vista de la migra y ahí vendieron su fuerza de trabajo.
Pero ahora apareció el Covid-19 y millones se quedaron paralizados, sin trabajo y sin esperanzas, y varados. El SARS-CoV-2 les arrebató el empleo y la posibilidad de continuar siendo el principal apoyo de la familia que dejaron en muchos pueblos y comunidades de México que, inclusive, florecieron gracias a los dólares que les enviaba el padre, el esposo, el hijo, dese algún lugar a donde fueron, como gambusinos, en busca de los dólares.
Hasta hace un par de meses aún brillaban intensamente las cifras del ingreso a México de divisas, gracias a las remesas que mexicanos, que viven y trabajan en suelo estadounidense, envían (enviaban) a sus familiares.
Pero todo se nubló. Todo cambió, todo empobreció y desaparecieron las filas de mexicanos que, en cualquier pueblo o ciudad mexicana, se forman cada mes o cada quincena para cambiar sus dólares por pesos mexicanos, dólares que recibían religiosamente del esposo o del hijo o la hija, desde cualquier lugar de los Estados Unidos.
Así, la vida cambió sin dólares. La pobreza empezó hacer presa de miles, y yo diría que de millones que dependen de las remesas que les envían sus familiares para sobrevivir, e incluso para formar un patrimonio, tener un gran desahogo económico y elevar sus niveles materiales de vida. Pero ahora, por lo pronto, sólo respiran la incertidumbre en la pobreza de antaño.
Ya no llega la cantidad de dólares que llegaba a los hogares mexicanos, que ayuden a seguir viviendo con cierta holgura, o llegan muy pocos. Obvio. Las mayorías de quienes los envían, desde diversos lugares de los Estados Unidos, están parados y varados, porque ni tienen empleo, ni tienen ingresos, ni tienen ahorros; ni pueden marcharse para regresar a sus pueblos. Muchos regresarían con una mano adelante y otra atrás, como se dice coloquialmente. Deben los servicios y el alquiler del lugar donde viven, más bien donde duermen.
De acuerdo con los organismos financieros mundiales de la Organización de las Naciones Unidas (principalmente el Banco Mundial), las remesas caerán este año de 2020, no obstante que los mexicanos en Estados Unidos batieron récord, en marzo pasado, cuando enviaron cuatro mil millones de dólares, flujo reducido al mes siguiente, pero recuperado en mayo. En esos meses, las remesas fueron el principal ingreso del país en plena pandemia.
Sin embargo, mucho de ese dinero procedió de emigrantes que cobraron generosos pagos de desempleo del gobierno estadounidense. O sea que no es únicamente producto de las jornadas de trabajo, lo que indica que las familias de los emigrados en Estados Unidos lo resentirán fuertemente. Ya lo empezaron a resentir. Más cuando los apoyos por desempleo del gobierno estadounidense finalicen en los próximos meses.
Y no debemos olvidar que los ingresos más sustanciales, en la cuenta corriente en balanza de pagos del Banco de México, son recursos que los mexicanos en el exterior envían primordialmente del mercado estadounidense. Porque el país depende, desde hace mucho, de ese dinero: los ingresos por remesas son más copiosos que los que generan las exportaciones de petróleo o el turismo extranjero.