Ciudad de México.- El gobierno de Andrés Manuel López Obrador está comprometido a respetar los derechos humanos de los más o menos nueve mil hondureños, que vienen en camino rumbo a Estados Unidos y que, este domingo 17 de enero, fueron violentamente reprimidos, con palos y gases lacrimógenos, por fuerzas de seguridad de Guatemala –policías y soldados–, en un intento por detenerlos y regresarlos a Honduras.
Los migrantes decidieron, como otros miles de migrantes centroamericanos en ocasiones anteriores, desafiando la soberbia y el odio racial de Donald Trump, y confiando en las promesas del nuevo presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, lanzarse a la aventura porque están ya agotados por la violencia, la pobreza y la miseria en que sobreviven en sus lugares de origen, agravadas por la acción de los fenómenos naturales que acabaron con sus escasas pertenencias.
Aún no se sabe, hasta el momento, si Guatemala los dejará continuar hacia la frontera sur de México, pero lo que sí se sabe es que el gobierno de López Obrador ha desplegado un gran dispositivo policial y de la Guardia Nacional en Ciudad Hidalgo, fronteriza con Tecún Umán (Guatemala) y sólo separada por el Río Suchiate, por donde deberían arribar a México los hondureños.
El comisionado del Instituto Nacional de Migración de México, Francisco Garduño, visitó a los policías y guardias nacionales mexicanos en Ciudad Hidalgo, que desfilaron ante él y que tratarán de impedir el paso del éxodo hondureño (¿lo harán igual que los guatemaltecos? ¿Con violencia?): “Tenemos que garantizar en nuestro territorio nacional una migración ordenada, segura y regular”, señaló Garduño, mientras llamaba al personal a “ir en contra de los que se aprovechan de las necesidades de las personas migrantes y en contra de los cínicos que fomentan la migración irregular y, principalmente, a los sicarios, que hacen de esta migración una forma de vida.”
La nueva caravana de Honduras fue convocada por desconocidos, en un momento en el cual Trump, que desde el primer día criminalizó estos éxodos masivos, hace maletas para marcharse de la Casa Blanca, y la residencia presidencial se prepara para recibir a sus nuevos huéspedes, encabezados por el presidente electo Joseph Biden, quien ha prometido suavizar la política migratoria, lo que ha dado confianza a los migrantes centroamericanos.
Quienes aspiran al “sueño americano” desde la pobreza y el abandono –estos migrantes huyen de la nada en que milagrosamente sobreviven– están esperanzados en que el nuevo presidente de Estados Unidos cumpla su promesa de cambios en la política migratoria del gobierno estadounidense.
Pero antes veremos si logran llegar a México, después de que policías y soldados guatemaltecos los recibieron a palos y gases lacrimógenos y, si logran llegar al río Suchiate, con la esperanza que los mexicanos no impidan su paso lanzándoles gas y deportándolos, como en enero de 2020. La Guardia Nacional indudablemente que está destacamentada en el río para no dejar entrar a los hondureños en territorio mexicano. Cómo lo hará, con qué medios. Está comprometida obviamente a no recibirlos a palos, a no violentar sus derechos humanos. Pero a la mera hora ¿cumplirá las instrucciones de sus superiores? Eh aquí la duda.