Gracias por los tamales de chipilín
Ciudad de México.- Esta semana comenzó el domingo con más malas noticias, de esas que oprimen el corazón y enfurecen de rabia a los cuerdos, independientemente de los exabruptos que profieren cotidianamente los desadaptados que, ya es costumbre, bañan de gotas de odio a los medios de información, de comunicación y de propaganda.
Bebiendo café de la Sierra Madre, traído expresamente de Jaltenango La Paz, a las faldas de la reserva de El Triunfo, uno de los más exquisitos del mundo, me enteré esta mañana de lunes (primero de febrero) de un hecho absolutamente condenable por donde se le quiera ver:
Una pequeñita “migrante”, de sólo dos años de edad, que misteriosamente flotaba en las aguas del río Grande, a la altura de Ciudad Acuña, fue rescatada el sábado por militares y agentes de migración de México.
Por su acta de nacimiento, protegida en una bolsa de plástico que llevaba en su ropa, los rescatistas pudieron saber que la niña nació en la República de Chile.
Aparentemente, la rescatada era parte de un grupo familiar que había solicitado refugio en México, pero que pudo pasar al otro lado, precisamente por Acuña y la abandonó a su suerte en las aguas traicioneras del río Grande.
Es más, los adultos que ya habían cruzado hacia EU hicieron unos movimientos, señalando a la menor a los soldados y agentes de inmigración, quienes se metieron al río para rescatarla. La chilenita, viva por azahares de quién sabe qué, está ahora bajo custodia de las autoridades.
¡Qué poca la de sus papás! Merecen proceso por intento de asesinato de su pequeña.
En otro orden, pero dando seguimiento al tema migratorio, trascendió a medios informativos internacionales, que autoridades ministeriales mexicanas sospechan que algún alto funcionario, o agente de migración mexicanos, está vinculado o están vinculados con la “cremación” de los 19 presuntos migrantes, cuyos cadáveres fueron hallados, hace como semana y media (el 22 de enero), en los restos de un vehículo incendiado, sobre un camino de terracería cercano a Camargo, Tamaulipas.
Presumen los investigadores que el vehículo donde fueron hallados los restos de los 19 presuntos migrantes (dos ya fueron identificados como ciudadanos guatemaltecos) habría estado en poder del Instituto Nacional de Migración de México, de acuerdo con no confirmadas versiones periodísticas.
La camioneta de la masacre, tipo pick up, fue prácticamente ametrallada con 113 impactos de bala y, según algunas versiones periodísticas, había sido asegurada, poco antes, por el INM. De ello tiene ya conocimiento, e investiga, la ministra Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación.
Esta masacre de Camargo trae el amargo recuerdo de aquella despiadada, perpetrada en el rancho de San Fernando, hace poco más de dos décadas (2010), cuando 72 migrantes centroamericanos fueron asesinados por bandas del llamado crimen organizado, presuntamente del cártel de los Zetas.
Y, por último, leí la noticia, en los cables de la Prensa Asociada, de la muerte por covid-19 de un mexicano de unos 57 años de edad, de nombre Felipe Montes, detenido en una cárcel federal para inmigrantes en el suroeste de Georgia (Columbus).
El mexicano Montes es el cuarto inmigrante, preso en el centro de detención del suroeste de Georgia, en morir después de dar positivo a covid-19, Un total de nueve personas, que dieron positivo a coronavirus, han fallecido estando bajo custodia federal de inmigración. El Centro de Detención Stewart registró un total de 474 casos confirmados de covid-19, a mediados de la semana pasada, sólo superado por la Instalación Correccional de La Palma en Eloy, Arizona, que tenía 544 casos.
El dramatismo de la fatalidad de la pandemia no es, amigos opositores a López Gatell-López Obrador, exclusividad de un país. Es la pandemia: Enfermedad epidémica que se extiende a muchos países, o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región, según cualquier diccionario de uso del castellano.