Ciudad de México.- La gravedad de los efectos de la crisis y de la pandemia de coronavirus es más dramática de lo que se dice y se espera. Es un reto para la administración gubernamental, concretamente para los responsables de la salubridad.
Y aquí no hay culpables. O todos coludos, o todos rabones. O como dicen los lugares comunes, todos somos la pandemia. Todos somos Covid-19. Todos estamos en peligro de contagiarnos. Todos estamos en riesgo de muerte.
Así que salen sobrando las rabietas y las acusaciones.
El SARS-CoV-2 llegó para enfermar, para matar; vino para quedarse. Vino, vio y venció. Los sobrevivientes la están pasando muy mal. Quienes fueron contagiados y murieron ya están en santa paz.
Sufrirán las consecuencias los vivos que tendrán que enfrentar la pobreza material, la miseria y la indigencia, porque la economía no dará para más en algún tiempo indeterminado, y el desempleo aumentará, las está aumentando, las dificultades para sobrevivir.
Nunca nadie imaginó que el cubreboca y el cubrecara serían fundamentales en la indumentaria de los seres humanos, o que la sana distancia fuera una condición para las relaciones humanas, o que el aislamiento suplantara la socialización.
El panorama es oscuro, aunque de ninguna manera desalentador. Quienes tienen grandes experiencias con la austeridad, con la carencia, con la severidad, con el dolor intensísimo, incurable, con la soledad, saben que el escenario, como el de Los Miserables de Víctor Hugo, es horrible, pero no el fin de la historia. Éste sería la muerte.
Sin embargo, es de sabios tomar conciencia de que la vida será más difícil de vivir de ahora en adelante, inclusive la vida regalada que se daban, que se dan, quienes lo tienen todo.
La actividad económica en el mundo está cayendo más de lo previsto por la Comisión Económica Para América Latina, en abril, y con ello, aumentan los impactos externos negativos sobre este subcontinente que un día fue llamado “El Continente de la Esperanza”. Parece que, por la tragedia, la Esperanza se convirtió en trágico presente.
México, junto con América Latina y el Caribe, se encuentra hoy en el epicentro de la pandemia. Y, si bien algunos gobiernos han comenzado a aliviar las medidas de contención, otros han debido mantenerlas o incluso intensificarlas ante el persistente aumento de nuevos casos diarios de la enfermedad.
La economía mexicana, en ese contexto dramático de América Latina, no tiene un buen porvenir. Las remesas, que paliaban la situación de miles de familias y la caída de la economía, no soportarán el desempleo en el país que las genera, Estados Unidos.
En las principales economías de origen de las remesas –los Estados Unidos en el caso de México, Centroamérica y el Caribe, y Europa en el de América del Sur– aumentará la tasa de desocupación.
En los Estados Unidos el desempleo pasará del 3.9% al 9.3%. El producto interno bruto descenderá, por debajo de cero, un 9 por ciento, de acuerdo con estimaciones de la CEPAL.
A DESFONDO
“México ha participado en la respuesta global al coronavirus, así como en la cumbre global de vacunas. Se han hecho varios esfuerzos regionales. En este momento México participa en los esfuerzos multilaterales para el abasto, desarrollo, producción y distribución justa de la vacuna de COVID-19, en estrecha coordinación con el secretario de Salud y su equipo”, explicó el canciller Marcelo Ebrard durante la conferencia matutina de este martes 21 de julio, dedicada al tema de la salud.
México impulsa un proceso de compras consolidadas por adelantado, derivado de la resolución aprobada por 179 países a la iniciativa que envió el presidente Andrés Manuel López Obrador a la Organización de las Naciones Unidas. Informó Ebrard.
Y la ansiada vacuna podría estar lista en lo que resta de 2020. Esa es la esperanza.