Ciudad de México.- El fenómeno de las migraciones forzadas provenientes de países centroamericanos pareciera que no tuviese solución alguna.
Con el cambio de mando en la Casa Blanca, la insegura posibilidad de ser recibidos y autorizados a vivir y trabajar en Estados Unidos ha alimentado con creces la esperanza de muchos, que se aventuran incluso a caminar por la selva chiapaneca para lograr su objetivo:
Un empleo, algo de dinero para sobrevivir y para apoyar a sus familiares que se quedaron en la tierra, y salir definitivamente de la miseria que los aplastaba en sus comunidades de origen, en Guatemala, en Honduras, en El Salvador, tierras que parecen malditas para los muy pobres.
Es el american dream (el sueño americano) lo que sigue siendo el motor de cientos de miles de personas para aventurarse, muchos sólo con lo que llevan puesto, y jalando a sus niños y niñas, a cruzar fronteras, evadir puestos de control migratorio, guardias de seguridad policiales y militares, y llegar a la frontera norte, entre México y Estados Unidos, para cruzar la línea. Y exponerse a lo que sea: al fracaso o al éxito, a burlar a la migra o ser rebotados a territorio mexicano, o vivir prolongados periodos en cárceles migratorias, como ocurre con los niños migrantes que caminan solos y que son encerrados en los llamados centros de detención.
La cifra de migrantes indocumentados que cruzan la frontera desde México ha estado subiendo mes a mes, desde mayo pasado, y en febrero superó los 100 mil, con un aumento del 28% sobre el mes anterior.
La inmensa mayoría de los casos de migrantes que intentan ser aceptados por el gobierno de EU es dramática. Pero más lo es la situación de los niños y niñas que van solos. Este caso lo hemos tratado en este espacio en entregas anteriores. Da muina. Da rabia. Da coraje que los niños tengan que huir de la pobreza o de la miseria y se vayan solos o sean abandonados por los padres en el camino a la supuesta felicidad.
Es el caso documentado por la agencia de prensa asociada de una pequeña migrante indocumentada, que ¿sabrá por qué camina desde Honduras hasta el Bravo?
La niña hondureña, de siete años y rodeada de extraños en horas de la madrugada, estaba decidida a mantener el paso de los otros migrantes que se dirigían a la frontera con Estados Unidos.
Su padre, según le dijo a un periodista de la Associated Press, había recorrido México con ella en autobús, durante 22 días, y regresó a su país, después de dejarla en manos de un joven que la iba a ayudar a cruzar el río Bravo y llegar a Texas.
“Me dijo que siguiese sola y que me cuidase”, contó la pequeña al periodista.
No está claro qué sucedió con el hombre que se debía hacer cargo de, llamémosle María, pero la niña se unió a un grupo que se dirigía a la frontera y se fue con ellos.
Caminaron un domingo por la noche por el valle del río Bravo (Grande en Estados Unidos). Las temperaturas bajaron a cerca de 10 grados centígrados (55 Fahrenheit) y la niña lucía una chaqueta amarilla con dibujos animados de trenes y un tapabocas negro para protegerse del COVID-19.
Y la historia sigue. No termina. Quién sabe dónde quedó María. Pero ella es parte de miles de niños y niñas que son detenidos por la Patrulla Fronteriza y guardados en unas grandes jaulas que los oficiales del gobierno llaman Centros de Detención.
En el caso de los menores no acompañados, el aumento mensual fue del 61% en febrero, apenas hace una veintena de jornadas, mientras que el de las familias se disparó un 163% con respecto a enero pasado. Son una brasa encendida que quema las manos del presidente Joseph (Joe) Biden, quien prometió ser benévolo con los migrantes que, de todo el mundo, arriban con las manos vacías, sin pasaporte, sin ningún documento, a ese territorio de los sueños. En donde, muchos creen que no solamente se liberarán de la pobreza, sino que se enriquecerán ganando cinco, diez, 21 dólares por hora en un muy buen trabajo, si es que lo consiguen.
Pero, por Dios, qué pasará con los miles de pequeños… Una interrogante que, por el momento, no tiene respuesta.