Ciudad de México.- El sábado del fin de semana que acaba de concluir, tuve que ir al centro de la Ciudad de México y quedé impresionado por el tumulto que recorría la calle. Y en medio de la pandemia de coronavirus.
República de El Salvador, a todo vapor: en sus aceras se desbordaban los ríos de gente, una persona tras de otra, hombres y mujeres, mujeres viejas, jóvenes, niños, niñas, como un torrente sin control, y sin fin, en pleno rebrote de la Covid-19.
Otro tanto había en el asfalto, en donde los vehículos automotores fluían al ritmo de los motores, dejando su estela de humo, tu ensordecedor ruido, sin rumbo ni destino. Como si la vida hubiera vuelto a la vieja normalidad del desorden cotidiano de la ciudad.
Como que entre los habitantes de esta gran metrópoli hubiera acabado la pandemia, aunque en los hospitales la muerte continúe arrasando con todo lo que es humano y la cantidad de contagiados y de muertos se hubiera detenido. Las cifras ya a nadie asombran. Pueden ser 20, 30, cien, 500 los fallecidos, al día; ya a nadie vivo le importan.
Los demás, los que ya no reciben el tradicional y enriquecedor embute que les daba Peña, están encantados y dedicados a mentarle la madre al gobierno, particularmente al presidente López Obrador, acusándolo de todo, responsabilizándolo hasta de los contagios y de las muertes por covid-19, pero en el fondo les pagan para tildarlo de comunista y de que lo que busca es implantar una dictadura del proletariado como en Cuba, en China o en Venezuela cosa que no les gusta a los miembros de las clases dominantes y a sus corifeos los periodistas inspirados por la ideología.
Mientras tanto, la inmensa mayoría de los mexicanos está dedicada a sabotear todas las medidas protocolarias para sortear al coronavirus, en cualquiera de sus cepas. Al fin, hay alguien a quien culpar de todo lo malo que les ocurre. No se habla de la responsabilidad que tiene cada una de las personas en cuidar su salud personal, y todos los hechos que se relacionan con su bienestar, con su salud, con el bienestar de su familia.
Pero bueno. Estamos viviendo en México, una sociedad que siempre ha estado integrada por convenencieros, interesados, egoístas, que soslayan su propia responsabilidad ante la sociedad y ante ellos mismos. No nos cabe en la cabeza la verdad que libera. Si no que vivimos responsabilizando a los demás hasta de nuestra propia vida. Y no la podemos responsabilizar de nuestra muerte porque, muertos, ya no podemos.
Y esto ocurre entre las grandes mayorías, sean ricos o pobres o de cualquier clase social.
Mientras tanto, el virus continúa tomando fuerza, a pesar de la vacuna. Y muchos continúan contagiándose, intubados en los hospitales, y muriendo de asfixia. De ello, el gobierno no tiene la culpa como dicen sus enemigos. Me consta que los trabajadores de la salud en los centros hospitalarios públicos, de las instituciones de salud y de seguridad social ponen todo su esfuerzo para salvar vidas de personas inconscientes y, por tanto, irresponsables.