la gente está generalmente ciega
a todo lo que sea ajeno
a sus necesidades inmediatas.
A. Einstein
Monterrey.- Una vez más los medios de información tradicionales, frente a la desventura que hoy se vive por el colapso de la mina El Pinabete, cercana a Sabinas, Coahuila, persisten en aprovechar la fatalidad como pretexto para enfocar la noticia a un ámbito justiciero donde, lo que verdaderamente sale a relucir, es el trasfondo faccioso del conservadurismo político nacional.
Como la experiencia más reciente, semejante en lo esencial, tenemos el caso del Covid-19, donde fue notorio el golpeteo mediático en contra el desempeño de las autoridades sanitarias mexicanas. Fue exagerado el despliegue de propaganda efectista a nivel nacional, plagada de absurdos, para desprestigiar la lucha del gobierno en su batalla contra la pandemia; llegaron al extremo de ir hasta la Organización Mundial de la Salud (OMS) a cuestionar la calidad profesional de los funcionarios responsables a los que la institución internacional ya había reconocido oficialmente.
Como un incidente deplorable puede calificarse aquel en el cual, un grupo de periodistas mexicanos fueron ante el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, para cuestionar la gestión del Subsecretario de Salud, Hugo López- Gatell, en cuanto al control de la más complicada enfermedad de aquel momento. Debió ser motivo de chusco comentario hecho a esos interlocutores, por el director del organismo internacional, donde les subrayaba su “falta de seriedad” (sic) como comunicadores ante un suceso de tal magnitud.
Una de las mayores enseñanzas que debió haber dejado la pandemia, entre quienes al referirse a cualquier siniestro aspiren aproximarse a la verdad, fue reconocer que ante la ciencia es inevitable la incertidumbre, y la determinación de un derrotero que prácticamente, en aras de la eficacia, precisa de la medición del riesgo en cada paso. Lo primero totalmente impredecible, y requiere prudencia; lo segundo se puede estimar, y demanda inteligencia.
En el caso de El Pinabete, una vez más se echó a un lado la objetividad requerida para enfrentar al desastre. Nada se dice, hasta el momento, si el nivel tecnológico bajo el cual funcionaba la mina se apegaba a la normatividad establecida para operar la industria carbonera; mucho menos si hay elementos para ver si el siniestro fue fortuito, o si se desecharon medidas para contrarestar evidentes factores de riesgo. Ajenos a toda prudencia, la prensa nacional se abocó sobre la posible desidia, con la intención de encontrar culpables, y no hacia la urgencia del rescate de víctimas y atención a sus familiares; quedan a deber a la opinión pública sus propuestas para evitar a futuro eventos semejantes.
Como botón de muestra, notable por la mediocridad, tenemos el caso de algunos distinguidos comentaristas que atribuyen como causa de la inundación de la mina a la “austeridad franciscana”(sic), reflejada significativamente (dicen) en la reducción del número de inspectores; pero sólo hablan de cantidad, no de la calidad de la prevención como principio de optimización en el uso de recursos. Es lamentable saber de expertos, en el tema de los riesgos, que aseguran suprimirlos con tan sólo ratificar su proximidad, una tarea rutinaria que resulta inútil si antes se desconoce el peligro y su manera de enfrentarlo.
El critero del gobierno de la 4T para enfrentar el incidente de El Pinabete, es el mismo que se siguió con Pasta de Conchos (2006), cuyo caso, después de tres lustros, apenas se asoma hacia una solución digna: primero las víctimas, después la revisión ampliada desde la esfera técnica hasta el ámbito político y, lo importante, la relación entre ambos campos.
Ahora sí, el debate está sobre la mesa, esperemos que estos dos tristes y lamentables sucesos sirvan para reflexionar sobre las consecuencias de las políticas públicas del pasado que, sin considerar el interés nacional, concesionaron la explotación minera a los intereses extranjeros de manera irrestricta.