Monterrey.- Se suponía que era un juego. Vivir solo tiene sus consecuencias y ésta fue una de ellas. Una ouija, un libro de invocaciones comprado en el C-Mart, la sangre de un animal que conseguimos en la carnicería, un montón de cervezas y una bola de amigos dispuestos a pasarla bien. Ya habíamos pasado por karaokes y disfraces, era obvio caer en esto. Y sucedió… Terminamos invocando a un putrefacto demonio. Idea algo digerible si hubiese sucedido el voladero de cabezas o los rutinarios desmembramientos… ¡Pero no!… Sucedió lo peor, lo inimaginable, el horror mismo. El demonio, con un dejo de tranquilidad en el rostro, decidió quedarse a vivir conmigo…