Monterrey.- Voy caminando solo, con mi sombra que parece irse derritiendo bajo el empalagoso sol y dejo caer diez monedas doradas, imaginando que la sombra las puede sostener con sus dedos engarrotados. Mis patas se queman adentro de los huaraches y, lo poco que sudé, chirrió al caer en la arena como suspiro escaldado. Como me pesa seguir andando.
Éramos casi veinte cuando encontramos el tesoro ¡Un tesoro! Y ya nadie se quiso quedar en aquel lugar polvoriento que te seca la vida. Agarramos animales, agua, valor. Dejamos hasta a nuestras mujeres para desaparecer y que nadie nos quitara lo que era nuestro.
―Ya luego vengo por ti y los chapulines ―prometimos cada cual.
En seguida el camino sin vuelta porque teníamos que escondernos de la envidia humana. Pero después fueron las peleas, el matadero de animales, la traición con cara de hueso. Esa necedad tan de nosotros de tenerlo todo.
La desventura me traga escupiendo desaliento. Éramos casi veinte y algunos tronaron en el camino, otros amanecieron muertos y nadie preguntó nada, a los demás se los fue chupando el sol hasta dejarlos como trapos sobre la tierra. Suelto más monedas porque cada vez pesan más… El horizonte brilla con un esplendor esperanzador, como la estela de felices sonrisas que voy dejando a mi paso…