Monterrey.- Me mandaron un mensaje. Un primo lejano (era cercano, pero hacía tiempo que no lo veía) y menos ahora con esto de la pandemia. Su mensaje era conciso y bien escrito. Aquí me surgió una pregunta, que no se contestaría con el tiempo, sino que crecería sin parar ¿Qué soy? ¿El doctor del amor? ¿Por qué la gente me busca para explicarme sus asuntos amorosos? Entre tantos mensajes, tantas llamadas, tantos encuentros…
Su mensaje decía:
El pensamiento complejo no se conforma con una respuesta, sabe que la realidad es cambiante y por tanto no hay respuestas únicas. El pensamiento complejo no reduce paradigmas ni las simplifica, sino que busca alternativas donde sabe que no encontrará la verdad absoluta, sino diferentes caminos que pueden o no llevar a una solución… Sabemos pensar de esa manera, entonces… ¿Por qué ella dice con toda seguridad que si no estoy ahí no estuve nunca? ¿Por qué dice que no le hace falta nadie y le grita al amor? Se me ocurren tantas cosas… Pero no me preocupan mis respuestas, sino las de ella… ¿Qué piensas?
Mi respuesta fue otro mensaje:
Hay que discernir el mensaje para que ambas partes, lo complejo y lo simple, formen una disyuntiva a través de la cual las respuestas estén dadas. La complejidad es pertinencia y parte de una realidad que se absorbe por medio del pensamiento y el sentido común.
Como supuse, un único mensaje llegó de mi primo después y no volvió a preguntar más nada. Su mensaje fue una manita con el dedo pulgar levantado.