Monterrey.- Primero se encendió el televisor de forma abrupta, luego el aparato estéreo.
Recibo una llamada, mi teléfono vibra y veo que la llamada está en proceso, me coloco el celular al oído, parece un número que se repite.
Es una voz automática, pero demasiado orgánica como para ser seducido por ella. Una voz ronca, amarga, que repite un serial con un tino de frialdad y arrogancia, como un susurro elocuente. Una llamada que no hubiese contestado porque en la pantalla aparecía una extraña simbología, pero que al final se enlazó sin razón aparente. Esto aumenta el temor y la paranoia, que comenzó cuando aparecieron las luces, unas luces que sobrevolaban el cielo y de las cuales nadie tenía explicación. Unos hablaban de una guerra, otros de alguna invasión y otros de seres celestiales. Todo en estos días era un caos que crecía hasta el punto de no salir a la calle… pues a veces las luces estaban tan cerca, que parecían observarnos.
Cuando escuchaba la llamada, vi como mi hija contestaba su teléfono mientras miraba la tele. Imaginé a mi esposa haciendo lo mismo en la habitación. Caigo en la cuenta de que no es un número, es un sonido gutural que parece repetir el tres, dos, cinco, siete… pero la verdad es que no son números, es como: “trs os icos ecte” o algo parecido. Cada vez lo oigo más claro, cada vez soy más lúcido y decido, al igual que mi hija, asomarme por la ventana e imagino a mi mujer mirando por la ventana de nuestra recámara.
Afuera todos hacemos lo mismo, todos los vecinos, sus mujeres, sus niños, algunos como yo, con el teléfono pegado en la oreja, todos corren sus cortinas para mirar a la calle. Y la idea de lucidez se palpa, se vuelve tangible en un par de segundos. Ya no son luces lo que hay en el cielo, son aparatos enormes de metal opaco que se acercan poco a poco, seres de otro planeta que no quieren a seres más inferiores husmeando en sus proyectos.
Quiero soltar el celular y no puedo, mi vista se nubla y no estoy asustado…
Moriré en paz y sin miedo, como dice aquella voz, que ahora entiendo, a través del televisor y el teléfono. Un mensaje de aniquilación, condicionante para que no suframos porque, a pesar de estar exterminando a toda la raza humana, aquellos seres no se piensan crueles. Todo sea a favor del progreso universal.