Monterrey.- Estela descubrió esa tarde que su marido la engañaba, y nada menos que de la boca de su amante, una tal Xiomara, quien fue a buscarla para decirle que no sabía que Fidel estaba casado. Entonces entre las dos planearon la venganza, Estela pensó en llevar a Fidel al Obispado, lugar donde le pidió matrimonio, y ahí desenmascararlo.
Ese día Estela pasó por Fidel al banco donde trabajaba, en el centro de Monterrey, y le pidió que se vendara los ojos para darle una sorpresa. Fidel, emocionado, no cabía de gusto y se hinchaba como pavorreal.
―Acuérdate que nada más tengo una hora de comida, Estela ―decía emocionado.
―Vas a ver la sorpresa que te tengo ―le decía ella―se te va a quitar hasta el hambre.
Una vez en el estacionamiento del Museo del Obispado, Estela apagó el auto. El hacía el intento por quitarse la venda, pero Estela le dijo:
―¿Te acuerdas cuándo me pediste matrimonio y me prometiste amor eterno?
―Si… Fuimos al Obispado a ver las estrellas. Como no me voy a acordar, ahí supe que eras el amor de mi vida…
Luego Fidel sintió fuego en una mejilla, una cachetada, de esas de telenovela, le sacudió la cara de forma salvaje.
―¡¿Qué te pasa, Estela?! ―gritó Fidel quitándose la venda y sobándose el cachete.
―¡Todos son iguales! ―gritó Estela manoteando con Fidel, quien tan solo se cubría de los golpes, atónito― ¡Te prometen amor! ¡Te prometen cuidarte solo a ti! ¡Y una ahí va de su pendeja! ¡Eres un perro, Fidel y quiero que te bajes del carro y no regreses a la casa!
―Estás loca, ¿o qué? ―dijo Fidel, pero algo llamó su atención afuera del auto. Alguien que estaba de pie frente al coche. Y volteó su cara.
Era Xiomara, la mujer con la que salía desde hace ocho meses, a escondidas de su esposa.
―¡Xiomara tampoco sabía nada de esto y también la engañaste! Desde hace ocho meses que me ponías los cuernos, ¡ocho meses, Fidel! Que, ¿andaban de novios y también la trajiste aquí a ver las estrellas? ¡Eres un animal, Fidel, y no quiero volver a verte en mi vida!
Está de más dar detalles, ya sería morbo decir que Fidel bajó del carro y dos mujeres eufóricas le dieron la arrastrada de su vida. Que no supo cómo ni cuándo, pero su camisa de repente tenía ya manchas rojas de sangre. Que ambas mujeres se fueron en el auto dejándolo ahí, solo con su dolor y con ese pensamiento vago de que él hubiera no existe.
Las dos mujeres se fueron a comer luego de darle su lección a Fidel. Se despidieron y nunca más se volvieron a ver. Estela llamó al cerrajero y, mientras sacaba a la cochera todas las cosas de su marido, cambió las chapas de las puertas. Fidel en silencio, llegó en la tarde y cargó con lo que pudo para irse a la casa de sus padres, no quiso pelear esa tarde, tal vez el tiempo ablandara la situación y en el futuro podrían arreglar las cosas.
Ya en la noche, Estela hacía una llamada telefónica.
―Hola, amor ―saludaba Estela al teléfono.
―¿Y ese milagro que me hablas por teléfono? ―le respondieron― ¿No estás ocupada?
―¿Te acuerdas del viaje a Cancún que querías hacer? ―dijo Estela, ya no había necesidad de responder a esas preguntas.
―Si… Quería festejar a lo bestia nuestro primer año de romance…
―Pues anda a planearlo…