GOMEZ12102020

Anya Taylor-Joy contra / vs The anglo-saxons
Gerardo Sánchez

Monterrey.- Aquí se abstendrá de redactar una introducción en este primer párrafo para explicar los antecedentes de Anya Taylor-Joy con la revista Variety, porque los internautas de las redes sociales ya dan por hecho la noticia, a menos que sean consumidores totales del tik-tok y lleguen a tal grado de irregularidades neuronales que no logran enterarse ni de las notas esenciales; nunca hay límites para el colmo.

     No existe engaño sobre la declaración de la revista Variety, ningún deseo de su parte por provocar atención mediante el conflicto. Fue nuestra disonancia cognitiva latina que no entiende sobre la consolidación de las razas y la importancia de ello para los blancos de verdad: los anglosajones occidentales.

     Anya es una chica argentina de tez pálida, aunque para la revista es una “actriz de color” porque ella no representa la hegemonía germana blanca que es defendida y vitoreada incluso por los que son de otros colores y de otras naciones, idólatras incautos que le buscan cinco pies al gato porque enaltecen el cabello rubio y el ojo azul, aunque hayan nacido en Hispanoamérica y que sin embargo se perciben en su realidad falaz como descendientes del rey Ragnar.

     La revista hace bien en recordarnos que sigue con vida este idealismo blanco dispuesto a ceder un ápice de espacio cultural al resto del mundo, instigando a sus hijos anglosajones y a sus incautos fanáticos no anglosajones en seducir con su orientación de la que ni Lutero pudo combatir: el no mezclarse con otras razas.

     El anglosajón, antes grupos étnicos expansionistas, ahora una cultura exitosa que bajo su segunda etapa recuperó su hipócrita santidad en los balcanes con Bizancio y en el este con el Sacro Imperio Romano Germánico, es el enemigo de cualquier otra religión, el alborotador de las innecesarias guerras cristianas y primer culpable de la caída del imperio español, el cual tenía menos problemas con la mezcla y regulaba mejor sus leyes.

     Porque bien inculcada es la fobia que tenemos para el imperio español “que nos robó el oro y nuestro politeísmo”, por otro lado, exaltados nos arrojamos al piso para besar la huella del conquistador germano que predica a través de sus cánones de sangre.

     El problema de la mezcla es heredada por los helénicos antes de que Alejandro Magno modificara el concepto centralista, tal es la causa de que este joven emperador siempre fue considerado un bárbaro para los griegos del mar Egeo. Sin viajar mucho hacia atrás en la historia, los gringos opulentos por vitalicio, dueños del “Deep State” son el ejemplo contemporáneo del racista germánico, la mayoría de ellos protestante.

     Los anglosajones, orgullosos de su estirpe gélida nunca han aceptado la mezcla de culturas en sus fenómenos de expansión. Observen el comportamiento de los seguidores de culturas germanas: desprecian a las otras civilizaciones, como al de ojos rasgados de las islas en el pacífico, como a las casi setenta etnias judías, como a los hispanoamericanos que parecemos más moros que merovingios. Nos odian cual axioma tatuado en su pecho por “sentirse” (horror de razonamiento) mejores, por ser más altos y más güeros, siempre contribuyendo con la propaganda de la inferioridad moral en la frente del otro.

     Vivo ejemplo de confusión cultural son los sionistas, unos políticos demagogos que en realidad son menos judíos que la circuncisión y sin embargo se “sienten” propietarios del estado de Israel.

     Lo explicó el mismo Kafka con su estilo narrativo ahora llamado “kafkiano”. En su obra El Proceso le llaman a juicio sin motivo alguno, también en La Metamorfosis con su resaca de media semana, una resaca imperdonable para un obediente judío jázaro coexistiendo con el vecino sangrepura. Kafka en sus personajes grita que le es imposible cometer errores frente a la sociedad o los pagará caro ante el germano altivo que desde los tiempos inmemorables tiene en la mira, no solo a los judíos de tez blanca (jázaros), sino a cualquier otro individuo de otro color que no disfrute del ADN con código de barras para entrar al Valhalla.