• El virus de la covid-19 no perdona ni a Juana ni a Chana
• El gobernador irresponsable y su desprecio por los niños
• Y los periodistas siguen en la mira de quién sabe quien
Ciudad de México.- Hechos, condenables por donde se les vea; tan preocupantes como el contagio, casi masivo, de coronavirus producido por su variante micrón: la irresponsabilidad del gobernador de Nuevo León, Samuel García y de su esposa, Mariana Rodríguez, y el asesinato de periodistas.
Qué les depara a los bebés neoleoneses con este par de ignorantes que están a la cabeza del estado. Par de jovenzuelos que no saben en dónde tienen las narices.
Qué es eso de exponer a un menor, a un bebé, casi de pecho, al escrutinio morboso de los internautas de cualquier red de las calificadas como sociales, que yo llamo antisociales.
Aún no pueden hablar ni caminar, pero millones de niñas y niños aparecen constantemente en las redes sociales. En su afán por compartir experiencias en Internet, sus padres u otros familiares los vuelven protagonistas de sus historias, sin ser conscientes de los riesgos, revela el INAI (Instituto Nacional de Acceso a la Información.)
Lo menos de que se les puede acusar, tanto al gobernador como a su esposa, es de ignorancia, pero me harán trizas si digo eso en público. No, me responderán. No. Merecen castigo. Es aberrante coger a un niño o a una niña y exhibirlos en las redes sociales, donde están justos e injustos; víctimas y delincuentes. Revela.
El gobernador y su mujer tienen más responsabilidad que un intoxicado por alguna de las drogas infernales: ¡expusieron a un bebé para aumentar su popularidad!
Diría un mexicano en una de las calles de Tepito o de la Bondojo, o en una barriada de Los Ángeles: qué poca.
No es posible que un individuo tan ligero, tan superficial, tan irresponsable, tan ignorante, gobierne a un pueblo. Lo que el gobernador y su mujer hicieron en contra de los pequeños no tiene calificativo.
Y mejor sería que se amarraran una rueda de molino al cuello y se lanzaran al mar. Es imperdonable violar los derechos de los niños.
Los hechos que ocurren hoy no tendrían que ser motivo de optimismo, si no fuera porque el trabajo distrae, permite evadir, por horas del día la realidad absurda que está sobreviviendo mucha gente en este universo de individuos, ricos y pobres, a merced del SAR-Cov-2 y de la delincuencia organizada y de cuello blanco.
A quién, en estado consciente, le va a importar la sucesión presidencial. Quién va para ser elegido candidato a la presidencia, que ahora ostenta el presidente Andrés Manuel López Obrador. Y a quién le importa. Ni Monreal, ni Claudia, ni Marcelo, ni Adán Augusto, ni juan de los palotes. Y menos el presidente municipal de Monterrey. Urge atender lo prioritario.
Muchos ciudadanos no se cuidaron en mucho tiempo y ahora que escuchan que el ómicron arrasa, van, hacen largas filas para aplicarse la prueba y ver si están o no contagiados. Y de ribete culpan al gobierno de su propio desinterés por la vida. Van por las calles sin sentido, con la conciencia dormida. No responden. Sólo reaccionan. Como los animales irracionales.
Mejor no preocuparnos, sino ocuparnos de evadir el contagio, viviendo alerta, con la boca cubierta, a dos metros de distancia del resto de las personas, lavándose las manos con harto jabón espumoso, asoleándose por breves espacios de tiempo para generar vitamina D3 y fortalecer el sistema inmunológico, entre otras prácticas de protección sanitaria.
Y también ocuparnos en reflexionar y maquinar cómo convencer a las autoridades judiciales de que se empeñen más en investigar y detener a los responsables del asesinato de colegas periodistas, que ni la deben ni la temen, como Alfonso Margarito Martínez Esquivel y José Luis Gamboa Arenas, quienes murieron en días pasados a manos del odio, de la venganza de quién sabe quién.
Los asesinatos de los periodistas son, como lo dijo el funcionario de la ONU, un doloroso recordatorio de la alarmante violencia dirigida contra la prensa en México.
La difamación, las amenazas, las agresiones y los ataques más graves en contra de periodistas, como la desaparición y el asesinato, constituyen dramáticas violaciones, no sólo en contra de las víctimas directas, sino también contra el derecho a la información, la libertad de expresión y el pluralismo de toda la sociedad democrática.