Y tampoco porque le toque a una mujer como Claudia
Ciudad de México.- La verdad veía yo más preparado a Adán Augusto López Hernández para ser el continuador de la Cuarta Transformación de la Vida Pública Nacional. Veía yo más natural que este tabasqueño fuera el elegido para continuar la obra del presidente Andrés Manuel López Obrador. Muy por encima de lo que pensaran o quisieran sus adversarios. Jamás se me habría ocurrido que Claudia Sheinbaum Pardo pudiera ser la elegida. Ésta es más directora de un equipo de científicos que dirigente político partidario. Nunca he imaginado a la Doctora trepada en una tribuna arengando a sus huestes. Pero las cosas no son como uno las concibe, como uno las piensa.
Esto mismo debió de haberle ocurrido a Marcelo Ebrard Casaubón, aunque a éste le viene ocurriendo lo mismo desde que era un joven priista, alumno de otro gran priista venido a traición de su jefe, quien lo hizo a un lado de la sucesión presidencial. De Manuel Camacho Solís por el malhadado Luis Donaldo Colosio Murrieta. Camacho Solís se fue a la oposición de izquierda. Muró sin que hubiera probado las mieles del triunfo electoral por la Presidencia. Al pupilo Marcelo a lo más que ha llegado es a ser un gran compinche de Andrés Manuel López Obrador.
No se le ha hecho, ni se le hará la presidencia de la república, y menos con la bendición o maldición de su amigo Dante. Está salado como ese camarón de pacotilla que capturan y ponen a secar en Tonalá, Chiapas. Y ya no se le hizo, porque después de Claudia aparecerá otra Claudia, u otro Claudio. Y la hora de la Presidencia se le habrá ido del reloj a Marcelo.
La historia siempre lo pone en su lugar a Marcelo Ebrard Casaubón. No nació para presidente de la República. Ya tendría que haber aprehendido. Y no por ser Claudia mujer, o porque ya le tocara a una mujer encabezar la presidencia de México. Igual le habría tocado a Ricardo Monreal Ávila, o a Gerardo Fernández Noroña, o a Adán Augusto López Hernández, o a Manuel Velasco Coello.
Lo que le ocurre a Marcelo es que nunca sabe perder y nunca sabe ganar. Nunca reconoce que hay seres humanos mejores que él. Siempre se queda en la medianía de la oposición.