Ciudad de México.- Muy dramática ha sido la vida de muchos mexicanos en estos tiempos de vacas flacas, contagios dolorosos y muertes irremediables.
Al estallar la crisis sanitaria impulsada por el nuevo coronavirus, a principios del año pasado (2020), muchísimos microempresarios se vieron obligados a cerrar sus negocios y mandar al desempleo a miles de trabajadores, situación gravísima que ahondó la brecha entre ricos y pobres.
Es muy frecuente hallarse con personas conocidas, con amigos, con familiares, que fueron obligados a traspasar la frontera entre el estado medio (clase media), y el de pobres, pero pobres porque ya acabaron con sus ahorros para mantenerse y mantener a la familia.
La mayoría no es propietaria de una casa y han hecho verdaderos milagros, como los que dicen que hacen los santos del Antiguo Calendario de Galván que aún se encuentra en los puestos de periódicos y revistas. Les falta poco para adoptar obligadamente una “vida” en situación de calle.
El gobierno de la 4T, sin embargo, ha preferido la “austeridad republicana” y la aplicación de una política de fuerza fiscal, sobre todo sobre los grandes conglomerados empresariales, que evadían sus obligaciones fiscales, a una política de apoyo crediticio para reactivar, por lo menos, el empleo y buena parte de la producción.
Así, los niveles del empleo y del desempleo se han desnivelado de manera muy sustancial y dramática. Las cifras del propio Instituto de Estadística y Geografía no mienten.
En el primer trimestre del año que corre, en comparación con el primer trimestre de 2020, son muy reveladores los datos del Inegi, porque nadie tiene idea de cómo van a ser nivelados con las cifras anteriores a la pandemia de coronavirus.
Si antes de la pandemia el desempleo se enseñoreaba en la economía nacional, imagine ahora que, sobre el desempleo histórico, que decían que era de un 4 por ciento del PIB (número muy conservador), hay que sumar todo lo que se perdió por el covid-19.
En el primer trimestre de 2021, la Población Económicamente Activa tuvo una disminución de 1.6 millones de personas: De 57 millones descendió a 55.4 millones.
El número de empleados u ocupados disminuyó 2.1 millones, sumando un total de 53 millones de personas. La tasa de desocupación aumentó un punto porcentual. Subió de 3.4 a 4.4 por ciento para toda la nación. El número de personas ocupadas en actividades terciarias, mayormente actividades comerciales, descendió 1.9 millones. En el sector comercial hubo un recorte de 712 mil personas, y en el de restaurantes y servicios de alojamiento, como de 656 mil trabajadores.
La cantidad de personas ocupadas en los llamados “micronegocios” disminuyó en 924 mil, particularmente los que cuentan con establecimiento para operar, con 537 mil personas menos.
La población subocupada, o sea aquella que necesita otro empleo (casi nunca lo consigue) además del que tiene para lograr satisfacer mínimamente las necesidades familiares y personales, aumentó 2.7 millones, al pasar de 4.6 a 7.3 millones.
Estas cifras resultan muy claros indicadores de la gravedad del subempleo, además de que es muy injustamente remunerado. Tengo un amigo que trabaja 18 horas diarias para dos patronos y ni así logra un nivel de vida más o menos decoroso. Ah. Y no tiene ninguna prestación. Ni seguro social, ni reparto de utilidades, ni días de descanso, y tener vacaciones sería pedir las perlas de la virgen. La mayor ganancia de él es el horrible cansancio y desgaste que padece física y mentalmente. Pero a nadie le importa.
Las cifras producen escalofríos. Por ejemplo, En el conjunto de las 39 ciudades del país, la tasa de desocupación aumentó 1.3 puntos porcentuales, al pasar de 4.2 a 5.5 por ciento.
La informalidad, igualmente, se ha visto fuertemente afectada. La población ocupada, en esta contraeconomía, llegó a 29.2 millones, en el primer trimestre del año, 1.6 millones menos comparada con igual trimestre de 2020.
Crédito de la imagen: Centro de Investigación Económica y Presupuestaria, A. C.