Monterrey.- México inicia el siglo XX con el teatro llamado “de género chico”, no porque fuera de menor calidad que el teatro dramático, sino porque las obras eran más cortas: más “chicas”. Comienza así el furor entre el público mexicano de la “sátira” contra “tipos sociales”, “personajes políticos” e incluso “financieros” de la sociedad mexicana.
Si durante el siglo XIX, la zarzuela españolizó los escenarios de nuestro país, la zarzuela mexicana inventó un género nuevo, satírico y politizado llamado “Teatro Mexicano de Revista” (porque se sucedía en pequeñas secciones como en una revista), a la altura del célebre bataclán francés (llamado así por el célebre teatro Bataclan de París, cerrado por cierto en 2015, tras el atentado terrorista donde murieron 89 personas por montar una obra donde se burlaban del Estado islámico).
El “Teatro Mexicano de Revista” combinó crítica mordaz al poder, con actuación, música y coreografía. Se estrenaba los viernes y en los demás días se escribía “en friega loca”, el nuevo guión con noticias actualizadas, rimas, la respectiva partitura para la orquesta y los parlamentos que tendrían que aprenderse los actores. Al mismo tiempo, los dueños de los teatros tenían que vérselas con demandas y juicios por “pasarse de lanza”.
Por ejemplo, la obra de zarzuela mexicana “Chin-Chun-Chan”, parodiaba a los orientales, y la comunidad de chinos radicados en el centro del país demandó a las dos empresarias del Teatro de la Ciudad de México (que estaba en Donceles, donde ahora se erige la Asamblea Legislativa): las portentosas, dictatoriales y diabólicamente perfeccionistas hermanas Moriones: Romualda y Genara. No exagero si digo que la libertad de expresión en México le debe tanto a Belisario Domínguez como a las ahora tan olvidadas hermanas Moriones.
Y no podría dejar de mencionar un nombre que hoy seguramente a nadie le dirá nada: Emilia Trujillo, la primera gran tiple mexicana, a la altura de María Conesa, derrochadora de gracia y talento, que cantaba con una voz “de campanilla de plata”. Emilia Trujillo fue la primera tiple que parodió en escena a nuestras “peladitas”, a nuestras “borrachitas de barrio” que después harían tan célebres en el cine “La Guayaba y la Tostada” (Amalia Wihelmy y Delia Magaña).
Emilia Trujillo interpretó a una indígena alcohólica en la obra de teatro “México Nuevo”, la primera obra de sátira política que se estrenó en nuestro país. Al empresario Fernández Benedicto lo metieron a la cárcel por burlarse de los políticos de entonces y Emilia Trujillo fue demandada por burlarse de nuestras “mujeres indígenas”, con su personaje de vendedora de chichicuilotes. Trujillo no volvió a levantar cabeza: murió joven, miserable y olvidada, en tiempos de la Revolución.
El único período de ese entonces en el que la sátira política en escena no recibió ninguna demanda ni censura oficial, fue durante la presidencia efímera de Francisco I. Madero. El escritor y poeta José Juan Tablada escribió el guión de una tanda, titulada "Madero-Chantecler", en la que se burla de Madero y lo compara con un perico. El montaje fue todo un éxito (yo tengo el libreto para quien lo quiera leer).
Pepe Elizondo, el mejor guionista de zarzuela mexicana, también se burló de todos los revolucionarios, comenzando por Venustiano Carranza, con una farsa casi perfecta: “El país de la metralla” (también tengo el libreto para quien lo quiera leer). Poco después subió al poder Carranza, se acordó de las burlas que le había hecho Pepe Elizondo, y lo desterró a Cuba.
Con el paso de los años, el “Teatro de Revista” con su fuerte carga de burlas personalizadas a los políticos mexicanos desapareció del mapa. Nació el teatro de carpa (más de pueblo), y transcurrieron varias décadas en las que se despersonalizó la parodia de políticos (se burlaban de los políticos “en abstracto” no de este o aquél en concreto y mejor se tiraban indirectas muy sutiles en vez de acusaciones personales). Hasta que llegó Jesús Martínez “Palillo”.