GOMEZ12102020

Ayotzinapa y la desaparición forzada
Artemisa López León

Tijuana.- Uno de los pasajes más dolorosos de la historia de México, en el siglo XXI, ha sido Ayotzinapa. No se necesitan más datos de identificación, todo México sabe lo que esa palabra simboliza.

La conmemoración del Día Internacional de las Víctimas de las Desapariciones Forzadas, este 30 de agosto, y la detención, hace unos días, de Jesús Murillo Karam -vinculado a proceso por los delitos de desaparición forzada, tortura y contra la administración de justicia- han traído a mi memoria la presentación que escribí para el Panel “Ayotzinapa: una mirada desde el noreste”, que organizó El Colegio de la Frontera Norte, en la Sede Matamoros, el 5 de diciembre de 2014.

En esa presentación comentaba que, en tiempos de la difusión fácil y rápida de la información, pasaron dos días antes de que los principales diarios nacionales dieran a conocer que el 26 de septiembre de 2014, en Iguala, Guerrero, los policías municipales habían atacado a estudiantes de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa y ese ataque dejó como saldo seis estudiantes muertos, más de veinte heridos y cuarenta y tres estudiantes desaparecidos, como si se los hubiera tragado la tierra.

En la presentación de ese panel destaqué un hecho que, aún hoy día, me parece cruel e insensible pero es simbólicamente representativo del ejercicio del poder en el México de aquellos años: el 2 de octubre de 2014, a escasos días de la desaparición de los normalistas y en la fecha en que se rememora la matanza de estudiantes en Tlatelolco, se difundió en internet la foto de un cráneo sin rostro. Se trataba de una imagen de Julio César Mondragón, uno de los estudiantes de Ayotzinapa que fue desollado en los sucesos del 26 y 27 de septiembre de aquel 2014.

También comentaba en esa presentación del Panel que el 7 de noviembre de 2014, Jesús Murillo Karam, el entonces Procurador General de la República, después de sostener una reunión con los padres de los 43 normalistas desaparecidos, convocó a una conferencia de prensa y cerró la sesión de preguntas con un “Ya me cansé”. Esa frase, casi inaudible al finalizar una de sus respuestas, fue apropiada por la ciudadanía para manifestar su insatisfacción con la explicación oficial dada, con esa famosa verdad histórica que, casi ocho años después, se ha vuelto más que evidente que, de verdad, sólo fue una historia.

Sin duda, la detención de Murillo Karam marca un hito importante y demuestra el compromiso del gobierno de la Cuarta Transformación con la sociedad; pero aún no tengo claro si el sexenio de Andrés Manuel López Obrador y el buen trabajo que ha hecho Alejandro Encinas, como Subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración, alcanzarán para saber detalles cruciales de Ayotzinapa, para hacer una reparación integral del daño a las víctimas de la desaparición forzada en México; tampoco logro hacerme una idea de si los dolorosos acontecimientos de aquel 26 de septiembre serán suficientes para la implementación de acciones afirmativas; no sé si esas lamentables muertes y desapariciones traerán consigo una política pública, en materia de justicia, tan importante e inigualable que convierta a Ayotzinapa en el símbolo de lo irrepetible en México.

El contador del Registro Nacional de Personas Desaparecidas, No Localizadas y Localizadas ronda las doscientas sesenta mil y poco más del cuarenta por ciento de esas personas siguen sin aparecer. Una cifra muy alta para cualquier país y en México, sin duda, aún nos falta mucho por hacer para que los 30 de agosto no sean motivo de manifestaciones ni reclamos de quien busca a quien aún no vuelve a casa.

* Investigadora de El Colegio de la Frontera Norte.