Mazatlán.- No hay duda. Este inicio de verano es más caliente que el del año pasado y las precandidaturas presidenciales (“corcholatas”) tienen más edad que hace un año. O sea, incluido Gerardo Fernández y Manuel Velasco, excepto este último, que es el más joven, nació en 1980, son personas de edad que están en la sexta década de su vida.
Es decir, como lo escribió el filósofo Miguel de Unamuno en su obra magistral “Del sentimiento trágico de la vida”, están en la antesala de la última década útil, lo que significa que la fuerza y lozanía de la juventud ha quedado irremediablemente en el baúl del pasado. La vida empieza a cobrar las facturas y aparecen los achaques que recuerdan la fragilidad del cuerpo. Y los consabidos llamados de atención. Aquellos que llaman a cuidar las rutinas, las comidas, los tragos, los excesos.
Y más entre aquellos que han sido sedentarios. Que no cultivan una vida de ejercicio físico, el buen dormir y los consumos sanos. Pero, peor, aquellos que diariamente manejan altos niveles de stress, comen a deshoras, duermen mal y al día siguiente, se repiten la misma dieta. No tienen sosiego y se empieza a ver su costo en las ojeras, las arrugas, el agotamiento, el humor.
Y es mayor en el caso de las llamadas “corcholatas”, que traen detrás largas jornadas en las cámaras legislativas, las sesiones y viajes del gabinete presidencial o, en el caso de Claudia Sheinbaum, la administración de la complicada Ciudad de México, que un día nos sorprende y otro también. Además, todos ellos, sufren el diario batallar de la política, la de mantenerse al día, en el ánimo del efectivo y estar en la jugada, lo que significa la doble jornada o la triple de 24 horas cuando llama a estar atento al timbrazo del teléfono rojo.
Se dirá, claro, que todo ello tiene su compensación y la mejor muestra es que están en la recta final de la mayor definición política en cualquier país. Ser el sucesor de quien en estos momentos ocupa la silla presidencial o tener derecho a un buen premio de consolación. Y eso, suponemos, obliga a cualquier sacrificio, por más pesado que este resulte para su humanidad. Todo con tal de estar en la foto. Quizá, lo único malo, es que es en pleno verano. Cuando los termómetros en la mayor parte del país supera los 35 grados, pero, en muchos lugares del territorio nacional, llega hasta los 45 con sensaciones térmicas superiores (que es, lo que explica, el aumento exponencial de muertes por golpe de calor).
Y si eso sacude, hasta la naturaleza y entereza de los nativos, la gente acostumbrada a vivir con esas temperaturas cómo no va a sacudir a los que hasta ahora han estado cómodamente en sus despachos de la metrópoli. Y es que, en estos pocos días de precampaña, para alcanzar la nominación de “Coordinador de la Defensa de la Cuarta Transformación” el calor hace estragos por lo que las rutas de los aspirantes podrían estar elaboradas más que en clave política, de movilización de la militancia, en función de las temperaturas.
No obstante, a todos ellos se les ve sonrientes en los actos multitudinarios donde el calor se incrementa con la gente aglomerada y el roce de otros cuerpos. Con la llanura de un escenario desprovisto de techumbres y el tener que discursar diariamente al filo del mediodía. Sea en Oaxaca, Puerto Vallarta, Tuxtla Gutiérrez, Zacatecas, Mazatlán, Culiacán, Los Mochis, Navojoa, Cuernavaca o Tijuana.
Luego, o antes, las cansadas conferencias de prensa y las entrevistas maliciosas donde el reportero audaz busca sacar la nota del día. Aquella que alcance la prensa nacional. No hay respiro. Las “corcholatas” deben terminar exhaustas, caer como fardos sobre la cama. No menos cansadas son las cenas largas con los hombres y mujeres de empresa que están a la expectativa de lo que pueda marcar la diferencia con el residente de Palacio Nacional. Y así cerrar el día, entre abrazos y promesas, de que con “él o ella” le irá mejor a México.
Y al día siguiente de nuevo el aeropuerto o la carretera para ir al encuentro del calor, con el maldito calor, para un nuevo baño de pueblo y repetir el guion, las anécdotas, los mensajes lanzados al oído de presidente.
Aquel de estoy cumpliendo, muy a pesar de la humedad que baña la piel de manera bochornosa y exuda los aromas más profundos de cada uno de ellos. No faltará quien, en su foro interno, en su momento de soledad en un baño proteste en silencio por este suplicio impuesto que representan los 70 días o, más, en el caso, de quien gane la encuesta de inmediato deberá reanudar el recorrido ya con el nombramiento rimbombante de “Coordinador (a) de la Defensa de la IV Transformación”. Y así, hasta el próximo verano, cuando se celebren las elecciones concurrentes y se viva el estrés de espera de los resultados.
López Obrador se ve en ese espejo de sacrificio, el de los largos recorridos por todos los rincones del país dando discursos y comiendo en fondas de mala muerte, lo hace hoy con una sonrisa socarrona cuando ve el sacrificio físico de Claudia, Adán Augusto, Marcelo y Ricardo, menos quizá de Gerardo y Manuel, que en los actos públicos “buscan la sombrita” para evitar los rayos inclementes del sol; y es que para estar era la aduana tienen que demostrar que están preparados para obedecer y resistir cualquier sacrificio.
En definitiva, por momentos llegó a pensar que en la definición del calendario de esta precampaña, la de los 70 días, hay una cierta dosis de perversidad, primero porque el presidente López Obrador es y será el dueño de la decisión en este proceso, y bien pudo reducir los recorridos a 30, 45, 60 días, pero, no, tenían que ser 70 días de calor, del maldito calor, para saber de qué están hechas cada una de las corcholatas.
Y eso, si no lo saben los sudorosos, sí lo intuyen; y ahí van todos con una sonrisa impostada, cruzando las oleadas de calor y humedad.